
Cabría analizar el por qué Train to Busan se ha convertido en una de las sensaciones del fantástico de la temporada, cuando su historia pertenece a esa corriente tan desgastada en el último decenio como los muertos vivientes y/o infectados. Podríamos empezar por la fascinación que en sí acarrea la ubicación de la mayor parte de la acción, un enorme convoy de pasajeros con destino a la ciudad de Busan, al mismo tiempo que un mortífero virus se expande por toda Corea del Sur convirtiendo en auténticas bestias sanguinarias a quienes lo contraen. Lógicamente, las férreas instalaciones del ferrocarril sucumbirán a la epidemia, lo que le permite al realizador Yeon Sang-ho establecer todos esos preceptos con los que occidente ha dinamitado la temática zombie; véase, la centralización en un personaje principal sobre el que circundarán variopintos secundarios (Seok Woo, un hombre de negocios en pleno divorcio y acompañado de su hija, convirtiéndose en el héroe de la función), así como multitud de infecciones y ataques crueles y despiadados del cada vez mayor número de infectados (batallas sin cesar cabalgando de vagón en vagón), con toda la multitud de secuencias tipo ya vistas en otras películas de su estirpe. Sigue leyendo
