Double Feature: «La mansión de los horrores» + «Los 13 Fantasmas»

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Le llamaban «El Rey del Gimmick». William Castle no es solo uno de los nombres siempre ligados al ímpetu más clásico del horror por su constructiva carrera dentro del género en las décadas de los 50 y 60 mayormente, sino que además se erigió como un pionero en eso de llevar más allá la experiencia de sentir el horror. Su oficio de cineasta trascendía la de la mera realización, ya que concibió su factura hacia el terror como un espectáculo para todo aquel que visitaba la sala de cine; creó los denominados gimmicks, una serie de trucos realizados desde el mismo teatro de proyección que solicitaban la participación emotiva del espectador. Esta meritoria y simpática iniciativa, que permitía ampliar la experiencia del visionado, se conjugó con la habitual factura clásica e ingenua de este realizador clasicista e innovador al mismo tiempo, que dejó tras de sí una impepinable labor en el género. Quedémonos hoy en esta Double Feature con dos de sus más imperecederos clásicos, ambos frutos de remakes posteriores. 

La mansión de los horrores (House on Haunted Hill, William Castle, 1959)

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Dentro de la concepción de espectáculo que William Castle tenía del horror, quizá La mansión de los horrores sea una de sus películas más recordadas. En esta ocasión Castle tenía a su disposición a Vincent Price, con su siempre estoica presencia, como un millonario aburrido que planea una estrategia absolutamente encantadora: reunir a una serie de personas sin aparente conexión a los que promete una importante suma de dinero si logran sobrevivir una noche entera en su lujosa mansión, sobre la que siempre ha rodeado oscuras historias de muertes y fatalidades. En su siempre eficiente uso de la puesta en escena, la película se esfuerza en configurar un stand in de efluvios clásicos como es la ampulosa morada, que hace que la localización principal consiga imprimir una atmósfera de cierto desasosiego, ante lo imprevisible de los acontecimientos. De esto también se empapan su variopinto grupo de personajes, donde el guión de Robb White se esfuerza en diferenciar unas diferentes personalidades, precepto heredado en prácticamente todas las películas posteriores que se empeñaban en enfrentar a un grupo de caracteres contra un mal etéreo indeterminado, que tanto gustaría en Italia dándole corporeidad con sus thrillers de asesinatos.

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La película también se aúpa, algo que no sorprenderá, en la propia interpretación de Price, quien roba la película en cada una de sus apariciones y  tirando constantemente de los clichés de sus prototípicos papeles «hammerianos», con una presencia que responderá en bastantes ocasiones a la figura inquietante o maléfica del film. Sin embargo, cuando la película pretende imprimir incomodidad en el espectador, en ese constante trabajo de inquietud ante una amenaza que nos vemos salvo varios puntos determinados, se nota ese oficio por Castle de dotar de ingenuidad a su sello de terror, más manifiesto en esas secuencias de impacto que el cineasta pretende tan confesamente aislar pero que no evitará que la narración goce de algún que otro punto muerto, a pesar de la corta duración. A este respecto, y en esas escenas «gimmick» que Castle escupe al espectador en la pantalla, se notarán abiertamente las costuras con las que están realizadas, especialmente el momento esqueleto donde se aterroriza una de las féminas de la función; truco barato y ciertamente hilarante, pero que en el modo clásico que el film establece desde su inicio, y donde es irremediable situarse en la época en la que fue realizada. Castle pondera en un nivel superior su naturaleza de entertainment, logrando incluso que su bajo presupuesto se dé de la mano con una visión del terror más serio de lo que pudiera parecer de antemano.

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A destacar también las interpretaciones del resto del elenco, tremendamente exageradas en algunos puntos (destacar a este respecto, aunque no peyorativamente, a Elisa Cock como el atemorizado Watson Pritchard o una exquisita Carol Ohmart como la esposa del millonario), pero que conectan muy bien con el tono de la película. Destacar nuevamente que La mansión de los horrores es una de las películas más recordadas de William Castle, sobretodo por ser una de las más representativas en su uso del gimmick; concretamente, en este film se utilizó el truco llamado «Emergo» en el que algunas salas se lanzaba un esqueleto al público para que impactase contra sus cabezas, justo en la secuencia antes mencionada. La leyenda dice que este truco pronto se dejaría de utilizar porque cuando algunas hordas de desalmados jóvenes se enteraron de ello, utilizaban todo tipo de objetos para impactar al esqueleto. La modernista mansión que se utilizó como ubicación exterior es en realidad la famosa Ennis House de California, diseñada por Frank Lloyd Wright, que también sería utilizada en una escena de Blade Runner (1982). La mansión de los horrores se estrenó el 17 de Febrero de 1959 en Estados Unidos, siendo fruto de constantes reestrenos, en algunos de ellos incluyendo de nuevo a modo de homenaje el esqueleto «Emergo». Bien conocido es su remake de 1999 House on Haunted Hill perpetrado en la colaboración de producción de Joel Silver y Robert Zemeckis con esa compañía que pretendía ofrecer nuevas versiones de varias películas de Castle, y que dirigió William Malone; años más tardes el español Víctor García dirigía la secuela de este remake, llamado Return to House on Haunted Hill (2007), directo al mercado del videoclub. Ambas tuvieron críticas nefastas, que impulsan aún más la película de Castle como pequeño gran clásico del añejo horror.

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Los 13 Fantasmas (13 Ghosts, William Castle, 1960)

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Con solo un año de separación a La mansión de los horrores, Castle volvía  incidir en la figura de la casa maldita con esta película. En este caso la trama se centra en una familia con serios problemas económicos que hereda de un enigmático familiar una mansión sobre la que también circularán leyendas de fantasmas y extraños rituales. En su propio contexto la película dará aquello que el espectador espera nada más su título.; una retahíla de apariciones fantasmales, misterio incluido, con el perceptible sentido de la inocencia que tenía el director para encumbrar su horror, aquí mucho más desprejuicido con ese premeditado toque cómico de su plantel actoral (hay hasta un niño, cuyas intervenciones entorpecen los momentos en los que se pretende infundir amenaza en el espectador), aquí más delimitado aún por las habituales carencias del cine de Castle, mucho peor disimuladas que en otros de sus productos. En este sentido el guión se antoja demasiado esquelético y sin el atisbo de profundidad que sí tienen otras de sus obras (en su concepto del terror, no en capas argumentales), quedando aquí como una cinta mucho menos memorable de lo esperado. Quizá esto sea debido en que su enfoque se enlaza intrínsecamente con la barraca de feria que la hace un producto apto para todo tipo de públicos, y que lógicamente impedirá que se logre un enfoque del terror más trabajado.

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Los 13 Fantasmas se pierde en su contexto con una tonalidad naif demasiado evidente (y no más sugerente, como en otros productos) que provoca que se esfumen otros valores donde la película sí tiene una naturalidad entusiasta. Castle tenía, para lo bueno y para lo malo, un énfasis creativo con ciertos objetivos estilísticos en sus películas, aquí a razón de unos efectos visuales que en los espectadores más exigentes verán como arcaicos, pero que guardan para sí unos síntomas de innovación que dentro de la historia del film no chocarán en demasía, más aún si se tiene en cuenta su año de producción. En su empeño de potenciar este aspecto, con continuas apariciones de espectros por la pantalla, incluso algunos de los personajes se colocan unas gafas especiales que forma cierta antítesis con el trasfondo clásico de la cinta. Y es que, dentro de los famosos gimmick de Castle, la película sería rodada con el sistema Illusion-O, para el que el espectador necesitaría portar de un sistema especial para poder visualizar los fantasmas, al igual que algunos de los personajes de la ficción; equivocadamente atribuido a un sistema en 3D, lo cierto es que las gafas que se utilizaban contenían un filtro de colores similares, que permitía que las apariciones fantasmales tuviesen un aspecto espectral tanto en el momento de su aparición como desvanecimiento en pantalla. Castle además daba opción a los espectadores de poder visualizar la película de dos modos; los más aprensivos podían disfrutar del film sin ver a los fantasmas, y los más atrevidos ampliar la experiencia colocándose las gafas pertinentes.

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El director cuidada al milímetro el diseño de producción de sus películas (estilísticamente, y a nivel de trabajo artístico, la película luce estupendamente), por ello y al igual que en La mansión de los horrores, Castle utilizaría otra localización real para su ubicación central, la mansión de la familai Zobra: se trata de la llamada Winchester Mistery House, la casa de la viuda de William Wirt Winchester, el inventor del ya mítico rifle, que el paso de los años se ha convertido en una atracción turística en Estados Unidos por su leyenda de lugar embrujado. El libreto del film estaba nuevamente concebido por su guionista de confianza, Robb White, y en el reparto destacaba a todos los efectos el entonces joven Charles Herbert (La Mosca [1958]), una especie de joven promesa de la época que acabaría su carrera pocos años después en la televisión. Los 13 Fantasmas se estrenaría  en Julio de 1960 en Estados Unidos a través de una major como Columbia, la misma que se encargaría de la producción de su remake del año 2001 también pergeñado por el tándem creativo formado por Joel Silver y Robert Zemeckis, con bastantes pobres resultados de crítica en aquel inicio de siglo.

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Saludos desde el Gabinete, camaradas.

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