Chicas de fraternidad en la bolera (David DeCoteau, 1988)

Póster

Con Chicas de fraternidad en la bolera nos encontramos con uno de los títulos más emblemáticos anexados a la producción de la Empire, proveniente además de uno de los nombres más significativos para la compañía, David DeCoteau. El director de otros éxitos ligados a la figura de Charles Band como Dreamaniac (1986), Dr. Alien (1989) o La Venganza de los Muñecos 2 (1990), esta última ya bajo la Full Moon, es uno de los nombres más importantes de la serie b estadounidense de las décadas de los 80 y 90. 

Su prolífica producción abarca hasta nuestros días, y lo ha convertido en uno de esos directores al que se le rinde un (para muchos inexplicable) enorme culto. Admirador confeso y apasionado de la obra de Roger Corman, efigie de la producción de género fantástico de bajo presupuesto y de fáciles amortizaciones, DeCoteau se traslada con 18 años de su Portland natal a Los Ángeles, con el fin de cumplir su sueño de trabajar en el cine. Pronto lo conseguiría gracias al propio Corman (DeCoteau fundó en aquellos tiempos su club de fans oficial), quien le contrataría como asistente producción para la compañía New World Pictures, de su propiedad. Así, su carrera comenzaría  colaborando en filmes como 1997: Rescate en Nueva York (John Carpenter, 1981), con la subcompañía New World Effects, donde coincidiría en la producción con James Cameron (quien también trabajaba para Corman en aquellos tiempos) o La Galaxia del Terror (Bruce D. Clark, 1981); El estado de las cosas (Wim Wenders, 1982) fue otra de sus colaboraciones también en labores asistenciales, seguramente por sugerencia de Corman quien estaba relacionado con la producción al realizar un pequeño papel.

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El insigne David DeCoteau

Las ligadas relaciones de DeCoteau con el bajo presupuesto hicieron que sus primeros trabajos como director corriesen por el género cinematográfico más barato y fácil de amortizar, el porno. Bajo el pseudónimo de David McCabe dirigiría poco más de una decena de films de ámbito pornográfico tanto heterosexual como homosexual, hasta que en el año 1986 Charles Band le ofrece la oportunidad de dar el salto al cine convencional con la ya mentada Dreamaniac, una cinta de terror protagonizada por la pornstar Ashlyn Gere; Band le ofrecería un “trato de 10 dedos” (o lo que es lo mismo, un contrato para diez películas) lo que ayudaría a DeCoteau a iniciar una producción enorme tanto en labores de director y productor, siempre anclándose en el cine de terror de bajo presupuesto. Sus primeros años en el cine convencional avanzaron bajo las estridencias de la factoría Band, enfrascando gran parte de sus primeros trabajos como parte muy importante de los catálogos de la Empire y la Full Moon gracias a las cuales alimentaría el culto que hoy se le rinde entre ciertas corrientes de aficionados. Al mismo tiempo, en aquellos años se inmiscuiría en proyectos paralelos a Band bajo el pseudónimo de Ellen Cabot. DeCoteau iniciaría además un estilo por el que es conocido hasta el día de hoy (su maquinaria productiva sigue en la actualidad al mismo ritmo, superando las 100 películas dirigidas) y ya mostraba su interés por el terror con unas formas con mucho «amateurismo» (algo heredado claramente de su paso por el porno) y una asimilada estética con ciertos toques coloristas dentro de la habitual oscuridad de sus películas. A DeCoteau se le sitúa en la misma liga que otros grandes nombres de la Serie B norteamericana como Jim Wynorski o Fred Olen Ray; los tres comparten la ingenuidad de producir un cine de género que asimila perfectamente sus limitaciones, pero realizado  bajo unas estridencias marcadas por la personalidad del realizador. En el caso de DeCoteau, su estilo ha quedado más patente desde que funda en el año 2000 su propia compañía (Rapid Hearts Pictures) bajo la cual ha dirigido productos como la saga de La Hermandad (franquicia que popularizó las tendencias “homoeróticas” de algunos de sus argumentos) o sus adaptaciones de Edgar Allan Poe, siguiendo en este caso la estela de su adorado Corman durante los años 60. Ya desligado de las ataduras que pudieran mostrar sus colaboraciones con Charles Band (aunque seguiría trabajando con la Full Moon de manera mucho más esporádica) esta etapa de la producción de DeCoteau es la que ha conseguido que el culto a sus películas esté perenne hasta la actualidad, bajo las propias normas que su estilo parece fomentar: las ataduras constantes hacia el cine de terror directo al videoclub, recurrentes tramas de asesinatos, las previamente mencionadas connotaciones homosexuales vistas en algunos de sus personajes (los llamados “Scream Boys” son una seña de identidad clara del último cine del director) y una concepción del género con una vulgaridad extrema pero encantadora, con esos tópicos y arquitecturas hacia el terror tan simples como inocentes.

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Dreamaniac (1986), otro de los grandes éxitos de David DeCoteau

Pero retomando hacia los tiempos de la Empire, segmento de la vida productiva de DeCoteatu que más nos interesa, ya hemos visto como con Creepozoides (1986) alcanza uno de sus mayores éxitos comerciales (siempre dentro, claro está, de los círculos subterráneos donde la producción de Band consiguió popularidad) con una clara explotación de Alien. El Octavo Pasajero (Ridley Scott, 1978) y muchas de las características de la producción del director para Band como el poco disimulo en la exposición del ínfimo presupuesto a razón de unos efectos especiales totalmente tercermundistas, la temática fantástica tan digna como ligada al exploit y un largo etcétera. Poco después, llegaría la película que nos ocupa, Chicas de fraternidad en la bolera. Posiblemente el más destacado film que DeCoteau haya dirigido para Charles Band por ser el mejor con el que el realizador ha sabido exponer el peculiar sentido de la diversión y el atractivo de su cine, siendo además  un producto que enfrascó muchas de las cualidades de ingenuidad hacia el fantastique tan característico de la Empire y algunas constantes que el cine adolescente de los 80 estaba desarrollando en todo tipo de industrias, desde la más comercial hasta la más subterránea que nos ocupa aquí. ¿De qué va Chicas de  fraternidad en la bolera? Su trama responde a las típicas excentricidades de Band; aquí, dos jóvenes llamadas Taffy y Lisa han de someterse a un curioso ritual de iniciación para pertenecer a una hermandad de mujeres llamada “Tri-Delta”, capitaneada por la déspota Tabs. El curioso rito que han de seguir  se basa en asaltar un centro comercial durante la noche para robar un trofeo de una competición de bolos; tres pardillos de instituto espían a las voluptuosas damas en su rito de iniciación, y hará que tanto  las chicas como los nerds queden encerrados en el centro comercial cuando del trofeo usurpado salga un demonio que someterá a todos con sus poderes sobrenaturales. Los jóvenes, que contarán con la ayuda de Spider (una ladrona de medio pelo que pasaba por ahí…) quedarán encerrados y algunos de ellos se convertirán en unos demonios poseídos…. Una propuesta demencial, excesiva y tosca, repleta de encanto y con los devaneaos de la aventura adolescente tan popular en la época pero aquí en un encuadre de cierta parodia hacia el terror de aquellos locos años 80.

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Michelle Bauer, Linnea Quigley y Brinke Stevens. El trío de Scream Queens con más culto de la historia.

Algo tremendamente destacable a día de hoy de Chicas de fraternidad en la Bolera, y motivo por el cual hoy se le rinde culto, es su reparto. En el film podemos encontrar a tres de las Scream Queens más populares de la década de los 80, cuyo culto es alimentado hasta  hoy por multitud de fans amantes de la Serie B más oculta. Nos referimos a las bellas y encantadoras Linnea Quigley, Brinke Stevens y Michelle Bauer. Las tres fueron las reinas del grito de segunda fila que protagonizaron multitud de películas de terror subterráneas, cuya fama y adoración se germinó en la época dorada del videoclub, ese auténtico terreno de cultivo para el tipo de producciones en las que participaron. Las tres comparten unos imponentes atributos físicos a los que supieron sacar provecho para lucir palmito en toda clase de modestos films, donde habitualmente representaban la feminidad dentro de los tópicos clásicos de la mujer en el cine de terror. De ellas es admirable su devoción y compromiso al género hasta nuestros días, donde aún siguen despertando admiraciones al mismo tiempo que para el aficionado queda inmortalizado el recuerdo de sus esculturales cuerpos paseándose por el sector más underground del cine de terror de los años 80. Se convirtieron ipso facto en unas figuras clave del “star system” de baratillo de ese terror tan encantador como el que germinaron los Band, DeCoteau, Fred Olen Ray y demás nombres. Quizá la más representativa y popular de este tridente de féminas sea Quigley gracias a su icónica escena de El Regreso de los Muertos Vivientes (Dan O´Bannon, 1985), donde se marca uno de los bailes más memorables del género encima de una tumba; de su filmografía también destacan Calles Salvajes (Danny Steinmann, 1985), La Noche de los Demonios (Kevin Tenney, 1988), una leve aparición en Pesadilla en Elm Street 4 (Renny Harlin, 1988) o la película que aquí nos ocupa. Con DeCoteau trabajaría en numerosas ocasiones, para el que sería una de las actrices fetiches  de uno de los cineastas clave para entender la popularidad de la actriz. Brinke Stevens tuvo un prometedor inicio en el terror chusco con The Slumber Party Massacre (Amy Holde Jones, 1982), pudiendo continuar una fructífera carrera (previos cameos en varias películas que se aprovechaban claramente de su físico como Doble Cuerpo [Brian de Palma, 1985], donde coincidiría con otra “chica Band”, Barbara Crampton, en un papel de similar recurso) en compañía de Quigley y  Bauer en Chicas de la Fraternidad en la Bolera, Nightmare Sisters (1988), también de DeCoteau, o sumergiéndose en una enorme retahíla de productos zetosos tanto a finales de los 80 como en la siguiente década. Michelle Bauer gozo de una carrera más prolífica compartiendo inicios muy parecidos a las anteriores, participando en uno de los films más conocidos de Fred Olen Ray, Hollywood Chainsaw Massacre (1988) (junto con Linnea Quigley y Gunnar Hansen, el primer Leatherface),  llegando incluso a trabajar a las órdenes de Jess Franco en una de las películas de su última etapa, Lust For Frankenstein (1998). El culto que aún se le rinden a día de hoy a este trío de Scream Queens, que demuestra su imborrable huella dentro del aficionado a este cine de terror que camina sin reparos entre la clase B y Z del género, queda demostrado al ver que las tres actrices siguen trabajando a día de hoy: DeCoteau las rescata a modo de homenaje en 3 Scream Queens (2014) donde se nos presentan a unas ya maduras Quigley, Stevens y Bauer dispuestas a defender su trono en el género. Además, hace unos pocos años se realizó el documental Screaming in High Heels: The Rise and Fall of The Scream Queen Era (Jason Paul Collum, 2011) que abarca el fenómeno que estas actrices protagonizaron centrándose específicamente en sus productivas carreras.

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Volvamos a la película que ahora nos interesa, Chicas de fraternidad en la bolera, recordando esa trama en la que dos chicas quedan encerradas con un grupo de nerds en un centro comercial donde por accidente despiertan a un demonio salido de un trofeo de bolos. Posiblemente nos encontremos con una de las cintas más divertidas y honestas de toda la producción de la Empire, sobretodo por el tono tan acertado que el propio DeCoteau intentó en muchas de las producciones de sus inicios pero que aquí se muestra con verdadero acierto, como es la manera de afrontar el cine de terror de unas formas paródicas muy sutiles. La pareja protagonista de féminas está interpretada por Stevens y Bauer,  siendo curiosa la manera en la que se potencia la presencia de las tres icónicas Scream Queens cuando posteriormente aparezca Linnea Quigley como Spider, la ladrona que es pillada in extremis dentro del centro comercial y se convierte junto a uno de los nerds (el interpretado por Andras Jones) en la dupla protagonista de la trama.

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La película parece evocar al espíritu de la aventura y supervivencia con la que se toqueteaba en el mainstream de entonces con films de la factoría Spielberg como Los Goonies (Richard Donner, 1985) o Exploradores (Joe Dante, 1985), pero aquí dentro de los estamentos menos infantiles de la Serie B más modesta, repleta de encanto, y con la etiqueta de “horror movie” perfectamente establecida. DeCoteau consigue una película con carisma, ayudada por algunos de sus más curiosos apuntes estéticos hacia la oscuridad (la ambientación se ve con cierto agrado, con trabajados apuntes estilísticos sobretodo cuando se juega con la luminosidad y las exageradas intenciones de enmascarar el bajo presupuesto) y acertando en una postura clara hacia el espectador: fortalecer la gracia y atractivo de unos personajes que aunque se construyen con unos exagerados tópicos muy ligados al género en aquella época (el grupo de pardillos de instituto salidos y ávidos de ver carnaza femenina, la pandilla de “chicas monas” con cerebros poco privilegiados, el anciano anexo al lugar donde se suceden los acontecimientos que intenta espantar a los jóvenes de la tragedia…) son realmente encantadores y permiten ver un film muy limitado en connotaciones argumentales (un guión esquelético y manido, algo habitual en el cine de DeCoteau) con un enorme sentimiento de empatía hacia la aventura que se ve en la pantalla, pudiéndose inmiscuir en esas orientaciones de oscuridad, exceso y ocurrencia del cine de terror de los 80, aquel donde todo podía ocurrir y que se fraguaba en su mayoría con el venerable sentimiento de conectar con el aficionado.

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Podemos ver el film como la carta de presentación o exposición intencional de DeCoteau como cineasta, con sus filias y fobias, sus aciertos y desproporciones. No solo la aparición de las Quigley, Stevens y Bauer añaden esa simbología clásica de la etapa Empire del director; aquí vemos como el cineasta afronta el género con grandes dosis de hilaridad, mostrando el lado más mordaz de una historia clásica dentro del mismo (como es aquí el grupo de jóvenes ingenuos ante una dramatización del mal en forma de demonio) y con multitud de  clichés de una clara hilaridad (aquí los inicios en el porno estaban muy recientes) de los que el director no se despegaría nunca, quizá por no recurrir nunca a presupuestos más potentes. También vemos esos continuos coqueteos entre una fina línea que delimita el terror y la comedia, de habitual recurso para el director en esta época, aunque en esta película supo dar al film un empaque bastante digno en cada uno de los campos haciéndolo funcionar tanto como película de terror de espíritu pulp como la comedia adolescente tan en boga en aquellos años.

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¿Qué más podemos destacar de Chicas de fraternidad en la bolera? Como no podía ser menos, el plantel femenino gana gran interés en la película: desde una Linnea Quigley haciendo aquí de tía dura,  mostrando el sex appeal y espíritu punk rebelde tan característico a su figura, aunque aquí, de manera sorprendente no enseñe carne ((algo inaudito en aquellos años), hasta una Robin Stille que realiza uno de los personajes más perversos como cabecilla de la hermandad Tri-Delta; la cruel Babs Peterson no dudará someter, incluyendo suculentos tintes sadomasoquistas, a las jóvenes iniciadas. Stille logra construir un personaje femenino que despierta una gran fascinación. Por cierto, la actriz prometía ser otra de las Scream Queens de la época (había participado, junto con Stevens, en The Slumber Party Massacre) aunque no consiguió desarrollar una carrera demasiado productiva: moriría víctima de un suicidio en 1996, tras sufrir graves problemas con su adicción a la bebida. Atención fans de Michelle Bauer, porque esta es vuestra película: la joven se pasa mostrando los pechos, de manera encantadoramente gratuita, durante un buen trazo de tiempo en una de las escenas más recordadas del film.

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Otro de los elementos más destacables del film es que cada una de sus escenas abogan por una espectacularidad involuntaria realmente admirable, como las protagonizadas por el antagonista principal de la historia: esa bestia que parece surgida del averno (trofeo de bolos mediante) que se divierte concediendo deseos al grupo de jóvenes y ocasionándoles todo tipo de perrerías como convertir en demonios asesinos a algunas de las féminas del lugar. Precisamente, este malvado ser parece exponerse (de manera involuntaria o no) como una de las señas de identidad que anexan el film de DeCoteau a la Empire, con esa marioneta inexpresiva como monstruo que demuestra los muy bajos niveles de presupuesto y la mordacidad del film al retratar al villano con una mala leche e ironía muy ligadas al espíritu del film. Como dato curioso, cabe mención la aparición de George “Buck” Flower, uno de los secundarios de “lujo” de la serie b norteamericana, habiendo trabajado con directores como John Carpenter, Don Edmonds, William Lustig, Jack Starrett o Fred Olen Ray, entre muchos otros. Aquí realiza un simpático papel como el senil guardián del centro comercial, en un rol realmente carismático.

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Chicas de fraternidad en la bolera, en definitiva, encantará a todo aquel que se deje seducir por el encanto de esa serie b de los años ochenta que encontró en la industria del videoclub la libertad por ofrecer todo tipo de productos libres de ataduras y repletos de estridencias. En  el film de DeCoteau, como ya se ha mencionado, podemos encontrar un sentido bastante paródico de las variantes en las que el género se desarrolló en aquella década, donde además de interminables sagas slasher, se originaron muchas otras variantes con desviaciones del terror hacia la comicidad. Ofrece muchos de los elementos que ofenderán a muchos, pero que a otros tantos nos embelesa dentro de la ingenuidad típica de este tipo de productos: efectos especiales sobrepasando la frontera de lo kitsch, un sentido de la diversión y el gag bien concebido, un entretenimiento que se auto excluye de todo tipo de realismo, dosis de acción, postales del horror… y unos valores de producción personales y auto-referenciales muy conscientes de sí mismos, dignos de una fidelidad autoral muy halagadora que la diferencia de muchos otros productos que promulgan su condición de exploitation. Tenemos a Linnea Quigley y a un monstruo dentro de una bolera que es capaz de convertir a varias chicas en posesas endemoniadas: ¿Hace falta algo más?. Este film fue uno de los grandes hits de los videoclubs a finales de los 80, con una imagen de portada muy icónica a día de hoy. La Empire es una de las principales compañías de producción de la película junto a Beyond Infinity, otra de las divisiones del imperio de Charles Band. En España la película ganó en prestigio gracias al pase en televisión del programa Noche de Lobos, el espacio presentado por Joan Lluís Goas que a principios de los 90 era el principal reducto de cine fantástico y terror en la programación televisiva de nuestro país: Chicas de fraternidad en la bolera se programó el 24 de Febrero de 1991, bajo el título de Juego Infernal.

Saludos desde el Gabinete, camaradas.

vhs

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