Film canadiense ampliamente desconocido, con reminiscencias de un Slasher en aquellos años a punto de eclosionar y que hoy vive en un pequeño recuerdo justificado en gran medida por la aparición de John Candy, aquel secundario bonachón que pobló unas cuantas comedias durante la década de los 80. Y es que, a pesar de su ambientación en la noche de Halloween, y una estética profusamente oscura, El Payaso Asesino tiene poco de cinta de terror, aunque en su trama de complots entre grupos de amigos, con traiciones internas y matrimonios vacuos, se cuele la figura del asesino en serie que trata de ajusticiar un secuestro organizado con intenciones burocráticas de por medio. En realidad, la secundaria trama del psychokiller, muy retazada y de manera escondida, es una de las pocas conexiones que tiene la cinta con el horror, a pesar de que uno de los pósters con el que se distribuyó aparezca un payaso asesino con siniestra sonrisa tan de actualidad últimamente.
La historia podría resumirse en que un grupo de amigos secuestran a la mujer de un hombre de negocios, a modo de broma, ataviándose con disfraces de payaso y en plena noche de Halloween. Su título original, The Clown Murders, así como la traducción que se hizo en España, El Payaso Asesino, también puede inducir la confusión, porque lo que en realidad nos encontramos en la película es una especie de drama de falsas pretensiones y traiciones en un grupo de personajes con confusas intenciones entre ellos, donde se destacaría la interpretación de la aportación femenina del reparto: Susan Keller, vista años después en la serie Dallas, auténtico motor de una historia confusa y avanzada a trompicones, cuya estética televisiva no acaba de ayudar a despegar. También se podría analizar el film respecto a su origen, esa Canadá con una menos conocida pero ferviente tradición hacia el fantástico en general y el Slasher en particular (con Bob Clark y su Navidades Negras [1974], germen claro del subgénero y de la que esta El Payaso Asesino parece beber en algunos enclaves atmosféricos), aunque la película acabe siendo un ejercicio irregular y falto de todo impacto, salvo en un tercio final donde sí parece haber ciertas concepciones hacia el terror. La manera en la que se enfocan algunas secuencias, con amplio protagonismo de la atmósfera nocturna, gozarán de cierta efectividad, aunque el desinterés general por la historia y su falta absoluta de naturalidad harán que pasen bastante desapercibida.
Dirigida por el canadiense Martyn Burke (posterior realizador televisivo), de su reparto destacar, a parte de los ya citados John Candy y Susan Keller, a Stephen Young (Cuando el destino nos alcance [1973]) y Lawrence Dane (Scanners [1981]). Pocas reminiscencias hacia la noche de Halloween, traída a la a historia de manera totalmente anecdótica en uno de los importantes parajes de la historia (así como la figura del payaso, más protagonista, pero poco explotada hacia el horror), aunque cabría añadir que la melodía de la sintonía televisiva de Halloween III: El día de la bruja (Tommy Lee Wallace, 1983), a su vez versión «sintetizada» del clásico London Bridge, aparece aquí en como una nueva revisión del ya inmortal tema; curioso que sea otra película ambientada en Halloween donde aparezca.
Saludos desde el Gabinete, camaradas.