«Mad Foxes» a.k.a. «Los violadores» (Paul Grau, 1981)

Hal (José Gras) es un playboy barcelonés que gasta su tiempo en pasear su espectacular coche deportivo por algunas de las zonas más selectas de la ciudad condal; visita los pubs más distinguidos, y así aumentar su lista de conquistas amorosas. Este estilo de vida envidiable se corrompe cuando se vea inmerso en un altercado con la banda de motoristas neonazis que atemoriza la ciudad, quienes acabarán por pegar una paliza a nuestro protagonista además de violar a su nueva novia. Lo que a continuación acontece es una espiral de violencia en la que tanto Hal como la pandilla se aplicarán severos correctivos intentando ajusticiar los continuos y sangrientos ataques que se dedicarán, con la ciudad de Barcelona como testigo de primera línea.

Por aquí ya se ha abordado esa etapa del cinemabis hispánico en la que, dejando atrás la productiva etapa del fantaterror, entraba de lleno en la década de los 80 con unos productos excesivos y alocados que intentaban amoldarse a las líneas más intransigentes y depresjuiciadas del grindhouse norteamericano, encontrando su mayor campo de distribución entre los cines de barrio, los videoclubs, y la exportación internacional. Mad Foxes, como es conocida internacionalmente una película con un título original tan esclarecedor como Los violadores, es una cinta que tiene la venganza como principal premisa argumental y que hoy es una soterrada y adorada pieza de culto por una simple razón: la absoluta falta de prejuicios a la hora de desarrollar un argumento repleto de sexo y violencia bajo las líneas más excesivas de ese cine de género alejado de las grandes industrias. Esta es además una película que funciona a modo de cocktail en su fusión de algunas de las corrientes underground más populares dentro de los vestigios subterráneos del cine popular: desde el ítem de la venganza (apadrinado una década anterior tanto por algunas cintas de «vigilantes» como por las rape and revenge), el cine biker (todo un emblema para el grindhouse yankie), el erótico (imperante en ese momento en todas las cinematografías europeas), las artes marciales (ante la aparición de un grupo de karatekas que prestarán ayuda al protagonista) o el lado más subversivo del cine kinki patrio, aquí además bajo la estampa de poderío urbano que ofrecía aquella Barcelona de principios de los años 80. De cada una de estas vertientes conceptuales Los violadores coge sus tropos a su nivel más disruptivo, y por ello nos encontramos ante un film que no pisará el freno en ningún momento: violencia excesiva y políticamente incorrecta, una violación rodada de manera muy directa, acción filmada bajo un alocado énfasis narrativo… Una cinta que tiene TODO para contentar a los amantes de un cine hecho sin remisión en el manejo de sus argumentos, y que además nos ofrece un protagonista de espíritu cool al más puro estilo de los héroes americanos de la acción urbana venida de Estados Unidos en los años 70; su precioso Chevrolet Corvette Stingray así lo atestigua.

Mad Foxes es una película de absoluto culto en Estados Unidos; no extraña ante la habilidad que la cinta tiene en su facultad de obra exportable hacia mercados foráneos (cualidad de pretensión comercial de gran parte del cine de género europeo), que sin esconder su producción española (tanto la escenografía urbana como en los clubes fashion perfectamente autóctonos), coge el testigo de muchos conceptos con los que el cine de género norteamericano nutrió algunos de sus más hilarantes propósitos argumentales. Las formas de Mad Foxes gozan de una anarquía interna en la que, a pesar del descuido de algunas de sus ejecuciones (como la batalla campal entre los motoristas y los karatecas, hay que verla para creerla), se ven sobradamente compensadas por el suministro de un puñado de momentos de impacto absolutamente desmesurados: erotismo sórdido, explosiones impensables, acción con surrealistas pretensiones, escenas de baile innecesarias, muertes de dudoso calado moral (de esto no se libra ni la parapléjica madre del protagonista…) y hasta una víctima de una cruel violación que, aún siendo el desencadenante de todo el tinglado, jamás volveremos a ver. El exceso, tanto en el tono de la evolución de su argumento como en el carácter de sus villanos, es toda una virtud en una obra cuyo metraje supone una oda absoluta a las líneas más inflexibles del cine de bajo presupuesto. Por cierto, su tercio final, en el que Hal llevará a cabo su ataque final a la banda de malvados moteros, se desarrolla en los estudios de cine de Profilmes.

La película se desarrolló en régimen de co-producción entre Producciones Balcázar y el productor suizo Erwin C. Dietrich, todo un titán de la explotación europea y habitual colaborador de Jess Franco. Está protagonizada por José Gras, actor catalán de efímera carrera interpretativa pero que tiene en su haber dos hitos del cine de explotación patrio: además de esta Mad Foxes, es uno de los miembros del grupo de fuerzas especiales de Apocalipsis Caníbal (Virus, Bruno Mattei, 1980); también se le puede ver en El Ser (Sebastià D’Arbò, 1982), La conquista de la tierra perdida (Conquest, Lucio Fulci, 1983) o Goma-2 (José Antonio de la Loma, 1984). Con su habitual pseudónimo de Robert O’Neal, Gras confiere de cierto carisma a su personaje dentro de los tropos del héroe de acción de la época, efectuándose ese toque de estilismo que lo convierte en todo un playboy con su coche deportivo, toda una extensión de las peculiaridades del personaje. A Gras le acompaña un grupo de secundarios mayoritariamente desconocidos, pero entre los que conviene destacar a la actriz Andrea Albani (acreditada como Sally Sullivan), quien interpreta a la nueva novia de Hal que será cruelmente violada al comienzo de la película: de hechizante belleza y nacida como Laly Espinet, fue una actriz catalana que se convirtió en todo un icono del cine underground del momento, gracias a unas primeras participaciones en el llamado «cine del destape» como La caliente niña Julietta (Ignacio F. Iquino, 1981) o Perversión en el paraíso (Jaime J. Puig, 1981), entre otras muchas, para las que utilizó el pseudónimo de Andrea Albani; tuvo una segunda etapa en la que se convirtió en una presencia icónica del cine kinki nacional gracias a sus trabajos con Eloy de la Iglesia en las dos partes de El pico, ya acreditada con su verdadero nombre y pudiendo escapar, gracias a ciertas facultades interpretativas, de su encasillamiento en el cine erótico. Lamentablemente, tras su abandono del cine en 1984 se vio envuelta en una serie de circunstancias que la llevaron a la drogadicción (llegó a ser detenida y encarcelada por tráfico de estupefacientes), muriendo prematuramente a mediados de los 90 por una enfermedad provocada por el VIH; tenía tan sólo 33 años. El resto del reparto está poblado de rostros desconocidos excepto Eric Falk, un habitual de las producciones de Erwin C. Dietrich como Greta – Haus ohne Männer (1977), la secuela apócrifa de la saga Ilsa protagonizada por Dyanne Thorne, dirigida por Jess Franco. Cuenta la leyenda (o al menos, así se afirma en la ficha de IMDb de la película) que miembros reales de los Ángeles del Infierno interpretaron a algunos de los motoristas.

Dirige Paul Grau (en la película hace un cameo como profesor de kárate, oficio que parece ser tenía en la vida real), del que poco más se sabe salvo su relación en algunos proyectos del citado Erwin C. Dietrich como la comedia erótica Sechs Schwedinnen auf der Alm (1983), su otro único film en el que está acreditado como director. Los violadores Se estrenó en salas españolas bajo el anagrama ‘S’ el 16 de septiembre de 1981, según la web del Ministerio de Cultura; tuvo 147.830 afortunados espectadores. Aunque en España fue editada en VHS a través de la distribuidora Videocadena S.L., durante muchos años fue una exclusiva pieza de coleccionista y una obra con muchas dificultades de acceso, algo que se solucionó hace años con una edición alemana en DVD. Respecto a su distribución en el Reino Unido, fue una de las películas estrella de la llamada Section 3 de las Video Nasties, o ese grupo de películas que sin ser catalogadas como ‘nasties» en el listado oficial, sí que sufrieron una férrea persecución en tierras británicas; no extraña su inclusión aquí debido a que el film de Grau contiene muchos de los elementos que encolerizaban a los censores británicos, como esa mezcla sin concesión entre sexo y violencia, pero también los nunchakus (no es broma), ya que según un informe de la British Board of Film Classification la visión de su uso podía alentar a la juventud del país a realizar acciones violentas. Dos curiosidades dignas de mención: la banda suiza de heavy metal Krokus (de cierta popularidad en la escena musical de la Europa de principios de los 80) aportan dos temas a la banda sonora; y para concluir, señalar que en el doblaje al castellano de la película encontramos voces, hoy tan populares, como las de Salvador Vidal, quien da voz al protagonista, o Pepe Mediavilla, que hace lo propio con el villano principal. Mad Foxes, una película imperdible para todo amante del culto.

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