Tras el esperanzador y fascinante título de Jesucristo Cazador de Vampiros se esconde una película de Serie B que se compromete con dicha etiqueta fílmica hasta los extremos. Y más aún cuando el cine de bajo presupuesto parece auto envolverse de unas narrativas más propias de un «auterismo» desmesurado que, igualmente respetables, parecen alejarse de los cánones más desprejuiciado del cine modesto, que en muchas ocasiones utilizan su ya preconcebida marginalidad para ofrecer piezas fílmicas más subversivas provocadoras y viscerales. Lee Gordon Demarbre, perfecto conocedor de la cinematografía de subgéneros más underground, parece tener bien claro esto, y lo demuestra con una premisa locura, bizarra, provocativa e ilusionante: tenemos a Jesucristo en su segunda venida a la Tierra, que antes de prodigar sus pensamientos se enfrenta ante una serie de impedimentos con los que ha de lidiar en todo tipo de acciones; luchará contra una horda de vampiros que atemorizan a la población, algo que obligará a nuestro héroe a solicitar la ayuda del luchador enmascarado más popular de la contracultura: El Santo. 

Puro cine de guerrilla (la película se rodaría en diversos fines de semana en un periodo de dos años) que mezcla con total honestidad y sin ningún tipo de rubor el hálito escénico de la blaxpoitation (apuntes musicales, foco underground en sus calles), multitud de peleas de Kung-fu, Jesucristo haciendo como que toca la batería, vampiras lesbianas sembrando el «pánico» a plena luz del día, hilarantes momentos musicales, y demás eventos que merecen ser descubiertos en el visionado. Demarbre, junto a su guionista de confianza Ian Driscoll, efectúa un recorrido basado en la extravagancia y la inocente blasfemia a través de la comedia absurda, el terror y… el ya consabido Kung-fu. En realidad, en ella esconde todo un maremágnum de homenajes a diferentes subgéneros, yendo más allá del guiño visual para ofrecer una mirada hilarante al cine de género, con un gamberrismo honesto y sentido. No esconderá su crítica, precepto de cierta inteligencia, respetando ciertas ideas que se pudieran tener a la figura de Jesús revertidas en una mirada bastante cínica a algunos preceptos del catolicismo, aquí cocinado en un conjunto de secuencias rodadas con un amateurismo confeso que no se necesita disimular, y regalar así un film comprometido con su independentismo creativo hasta las últimas consecuencias. Su sinceridad le impide disimular lo precario de la producción, manteniendo un mensaje envuelto de cine grindhouse y con un sentida concepción hacia lo absurdo, pero con el disparate en su más sincero ingenio.

Un aspecto tremendamente meritorio de la película es que su bajo presupuesto podría decirse que se utiliza como arma creativa; dentro de su autoconsciencia prolifera una sentida devoción por el cine ‘B’ y con las más asalvajadas formas de la explotación que no le impide al mismo tiempo cuidar con ciertos detalles algunos de sus autoconfesos puntos fuertes. Sus peleas de artes marciales, números musicales o aquellos instantes donde la comedia más absurda toma partido, están implementados con tanta naturalidad que hace situar a este Jesucristo Cazador de Vampiros en una curiosa situación en el cinemabis actual. Su calado totalmente autoimpuesto (fotografía, efectos y demás remiten claramente a las década de los 60 y 70) le confieren un ahora consabido sentido del homenaje devoto (no tan recurrido en aquel año 2001 en el que fue producida), hecho con la suficiente artesanía que hace improbable que dañe la sensibilidad de nadie. 

Saludos desde el Gabinete, camaradas.