Terror en el tren de la medianoche (Manuel Iglesias, 1980)

Rubén es el jefe de la estación de un pequeño pueblo del norte de España. Su cotidianidad se ve interrumpida cuando en una serie de jornadas nocturnas presencia la llegada de un tren nocturno que es acompañado de extraños ruidos y sonidos que parecen venir de ultratumba. Sorprendido, inicia una serie de investigaciones en la pequeña localidad junto con un sacerdote, quien hace caso omiso a sus cavilaciones. Rubén llega a la conclusión de que el convoy fantasmagórico sólo aparece cuando fallece un habitante del pueblo, algo habitual dada la elevada media de edad de la región.

Si bien una vez finalizada la década de los 70 el terror español comenzaba a ver mermada la incesante producción que venía realizándose hasta entonces, Terror en el tren de la medianoche es considerada una pieza menor de ese fantaterror nacional quedando abocada a cierto ostracismo. Pero cabe señalar que este film de Manuel Iglesias tiene una serie de valías que conviene destacar y que la desmarcan en sus maneras de los tropos habituales de la mayoría del cine de terror que se hacía entonces. La película apuesta en una trama alienada en sus formas, a favor de un conglomerado autóctono a la hora de desarrollar su simbología (un tren fantasmal que parece rescatado de las leyendas locales), englobado en cierto énfasis hacia el horror rural, en este caso el concerniente a un pequeño pueblo del norte de España; por ello Iglesias se centra en dar importancia a la orografía local, desarrollando las peculiaridades de su terror (basado en lo abstracto, no tanto en lo terrenal) con una encantadora exploración de escenario, que será un lienzo extraordinario para realizar sus ejecuciones de terror. En lo relativo a estas, empoderadas por una atmósfera oscura y nebulosa, preponderan tanto su calado pulp como las ramificaciones argumentales de serial (el tono y desarrollo de su trama no son muy lejanos a las naturalidades de, por ejemplo, The Twilight Zone), que quedan en evidencia con un horror que guarda cierta herencia de algunas coyunturas vistas en el cine de género foráneo del momento: el protagonista viviendo una especie de dimensión espiritual unitaria contra un ente externo y de calado misterioso que se fusiona bajo una de capa de conspiranoia, increíble para quienes le rodean en el plano terrenal, y relativa a las inquietantes presencias de un tren fantasma (genialmente dramatizadas en la película en su calado de horror vintage) que parece presentarse como honor fúnebre después de cada fallecimiento acontecido en el pueblo; un émulo de la Santa Compaña o La Güestia, si hacemos alusión a la mitología del norte de España. Aún con alguna carencia de ritmo, y a pesar de que parezca que Iglesias va más adelante en sus pretensiones que lo que pudiera dar su potencial narrativo, Terror en el tren de la medianoche es una pieza muy curiosa y atrevida en sus propósitos, que se inspira en un horror basado en la enigmática capa del plano sobrenatural (alejándose por ello, de las maneras más directas del cine de explotación del momento), y consiguiendo a este respecto una imaginería muy destacable. Su final, que por supuesto no se desvelará en estas líneas, se aventura, tal y como era tradición en este tipo de tramas de protagonista buscando la verdad en una hazaña cuasi espiritual, en el impacto escénico del descubrimiento, localizado en lo que es esconde en el enigmático convoy.

La película es un clásico a la hora de repasar el cine rodado en Asturias; en este caso, localizado en la pequeña localidad de Lieres, de tradición minera (se incluye además un plano inserto de situación sobre ello), utilizándose principalmente su estación de ferrocarril y el relieve rural perfectamente característico de la región, apoyado en la grisácea estampa meteorológica típica de la región. El salmantino Manuel Iglesias, su director, habitual del «cine del destape» del momento (como Deseo carnal [1978], en la que dirige a Agata Lys), también escribe el guion, en esta labor acompañado por Antonio Fos, uno de los guionistas más habituales del cine de género español del momento y particularmente conocido por acompañar a Eloy de la Iglesia en sus primeros trabajos. Protagoniza la película, con cierta dedicación y oficio, Rafael Hernández, rostro y bigote habituales del cine español desde la década de los 50; Hernández (recordado por muchos por interpretar al tío de Pancho en Verano Azul) comenzó en el cine dramatizando a oficiales de policía, su otra profesión en la vida real; siendo motorista de la policía local de Madrid es contratado para aparecer como tal en la película Manolo, guardia urbano (Rafael J. Salvia, 1956), iniciando así, y casi por casualidad, una carrera como intérprete que albergó más de 200 títulos. Le acompañan otro rostro popular como José Riesgo (el sacerdote que se asocia con el protagonista en su investigación) y la bellísima actriz asturiana Mary Paz Pondal como Rosa, el contrapunto romántico del personaje principal. Pondal, presencia habitual en el cine español de la época (y con un periodo dedicado a las co-producciones europeas del cinemabis), tiene aquí una de sus escasas inmersiones en el cine de terror, apareciendo años antes en El extraño amor de los vampiros (1975) de Leon Klimovsky. Terror en el tren de la medianoche, quizá hoy ahogada en un inmerecido ostracismo dentro del fantaterror nacional, tiene una fecha de estreno indicada en su ficha dentro de la web del Ministerio de Cultura del 6 de marzo de 1989 (señalando una cifra de taquilla de 42.928 espectadores ), varios años después de su año de producción. Por el contrario, en IMDb se indica un estreno en Barcelona el 1 de marzo de 1982, una fecha con más credibilidad.

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