Frankenstein 2000 – Ritorno dalla morte (Joe D’Amato, 1993)

En un tranquilo pueblo austriaco vive junto a su hijo una mujer divorciada llamada Georgia (Cinzia Monreale), propietaria del videoclub de la zona. Los kinkis del pueblo tienen especial fijación por la joven, a la que hostigan de manera habitual; el culmen del acoso se produce cuando estos jóvenes delincuentes invaden su casa e intentan violarla. El asalto es interrumpido por Ric (Donald O’Brien), un hombre solitario que está enamorado en la sombra de Georgia, pero no consigue impedir que la joven sea golpeada hasta el punto de provocarle un estado comatoso. Para los corruptos altos cargos de la pequeña región, se ve en Ric el perfecto chivo expiatorio, al estar uno de los asaltantes directamente relacionado con las altas esferas del lugar. Cuando Ric fallezca en unas circunstancias un tanto sospechosas, Georgia (quien tiene habilidades telequinéticas) establecerá un vínculo con el fallecido para efectuar una venganza de ultratumba.

Frankenstein 2000 – Ritorno dalla morte está considerada la última película del todoterreno Joe D’Amato dentro del género bajo el que dio cubículo a algunas de sus más populares películas dentro de la industria italiana de los (sub)géneros, para realizar a partir de entonces trabajos alimenticios en el mundo de la pornografía. Con la capa de producción de su propia compañía Filmirage (bajo la que desde mediados de los 80 capitaneó una serie de productos con ansias de distribución foránea), D’Amato hace una leve re-lectura del mito de Frankenstein aquí imbuida por un terror psíquico al más puro estilo de cintas como Carrie (Brian De Palma, 1976) o Patrick (Richard Franklin, 1978), aprovechándose de la potente fisonomía del intérprete Donald O’Brien como una vehemente máquina de impartir justicia desde la propia muerte. Para ello, se establece un vínculo entre el secundario fallecido y la protagonista de la historia, una joven en coma debido a los ataques de una serie de malhechores, conexión bajo la que se efectúa una especie de justicia poética dentro de las corruptas líneas que se dibujan en las altas esferas de este pequeño pueblo. Aún lejos de los mejores momentos que en el pasado regalara el cine de Joe D’Amato, artesano de la imagen cinematográfica (en sus inicios fue un reputado director de fotografía) y uno de los padres de las líneas más agresivas del grindhouse europeo, la estrambótica trama se disfruta con agrado bajo las siempre efectivas maneras de la Filmirage en efectuar dignos productos destinados al mercado de vídeo, economizando los precarios medios y consiguiendo aquí, gracias a su rodaje en Austria, un interesante conglomerado atmosférico de sus rurales ambientaciones centroeuropeas. De desarrollo paulatino bajo unos primeros actos en los que la cinta se preocupa en trabajar ese posterior vínculo «extra-dimensional», es en su traca final donde ubica la esperada venganza (podríamos tildar la película de una emulsión de ultratumba de las rape and revenge) y dejada para el total lucimiento de Donald O’Brien que, casi a modo de villano de slasher (en el aprovechamiento de su potente fisonomía) no dejará títere con cabeza; ahí, con ciertos insertos de violencia extrema y una especial adhesión al incisivo contenido gráfico, es donde D’Amato se reencontrará con algunos de los vestigios que dieron forma a su vehemente manera de concebir el cine de terror, aunque aquí con las típicas pretensiones comerciales en su búsqueda de apariencia de producto norteamericano. Curiosamente, esta portentosa figura convertido en una máquina de matar con tintes fantasmagóricos ya se ha visto en alguna que otra obra previa del director, como en Absurd: Terror sin límite (Rosso Sangue, 1981), allí con un George Eastman cuya salvaje fisonomía hubiese venido muy bien en este émulo de Frankenstein.

La película se rodó en su mayoría en la localidad austriaca de Mariazell y también en Ronciglione, Italia. En su guion, partiendo de una historia del propio D’Amato, estuvo inmerso Antonio Tentori, escritor especialista en el cine de género italiano que ha tenido la suerte de colaborar en diversos proyectos de Lucio Fulci, Dario Argento o Bruno Mattei. Según comenta el propio Tentori (quien venía de trabajar con Lucio Fulci en Un gatto nel cervello [Lucio Fulci, 1990]) en el documental Omega Rising: Remembering Joe D’Amato (Eugenio Ercolani, Giuliano Emanuele, 2017), fue el propio D’Amato, un tanto desilusionado con el devenir del cine de terror en Italia (provocado por la televisión, entre otros factores) el que le llamó para que le ayudase a sacar adelante una idea que le interesaba dirigir pero de la que no estaba totalmente convencido, Frankenstein 2000, que en las primeras versiones del guion no tenía las reminiscencias esperadas de la obra de Mary Shelley; Tentori aportó en su visión una mayor conexión al relato dando relevancia a la figura del monstruo en ese acto final, enfervorecida por sus ansias homicidas en una oscura noche de tormenta. La pareja interpretativa protagonista es digna de destacar: por una parte, Donald O’Brien, actor de origen francés de ascendencia norteamericana por parte de padre (quien fue oficial del ejército estadounidense) e inglesa por parte madre, con quienes emigró a Irlanda durante la Segunda Guerra Mundial. Intérprete de culto por la enorme cantidad de películas de género europeas en las que participó, en sus orígenes interpretativos estuvo protegido por un John Frankenheimer quien contó con su estoico físico tanto para El tren (The Train, 1964) como para Grand Prix (1966); luego trabajaría a las órdenes de cineastas como Sergio Sollima, Lucio Fulci, Enzo G. Castellari, Sergio Martino o el propio D’Amato (que contaría con él en varias ocasiones), entre otros muchos. De carácter cercano y bondadoso según los tuvieron la suerte de compartir rodaje con él, su carrera se vio parcialmente truncada a principios de los años 80 cuando sufre un accidente doméstico en una ducha; la consecuencia fue una lesión cerebral que le provocó la parálisis de la mitad de su cuerpo, que no le impidió seguir trabajando aunque con menos periodicidad. En el citado documental Omega Rising: Remembering Joe D’Amato vemos al propio D’Amato comentando una curiosidad acerca de O’Brien en el rodaje de la escena de la discoteca de Frankenstein 2000 – Ritorno dalla morte: uno de los jóvenes que hacía de extra se acercó al propio D’Amato para decirle la increíble interpretación que O’Brien estaba haciendo del idioma corporal de Frankenstein, pero el actor no estaba interpretando totalmente, ya que su lesión le provocaba esa peculiar manera de caminar.

También conviene destacar la bellísima presencia de Cinzia Monreale, aquí dramatizando a la malograda Georgia; actriz de culto por su inolvidable Emily en El más allá (L’aldilà, Lucio Fulci, 1980), esta aproximación al mito de Frankenstein supuso su vuelta al cine de D’Amato después de protagonizar uno de los clásicos del director italiano, Demencia (Buio Omega, 1979). En la oficina del videoclub de su personaje, por cierto, podremos ver una serie de pósters de algunas de las películas más populares del cine de terror norteamericano de los años 80 o de clásicos como La naranja mecánica (A Clockwork Orange, Stanley Kubrick, 1971), imagen en la que el montaje se centra específicamente, quizá a modo de guiño premonitorio de lo que estará por llegar; recordemos que en la obra maestra de Kubrick una violación es una de las secuencias más recordadas. Frankenstein 2000 – Ritorno dalla morte tuvo un estreno mayoritario en el circuito del mercado de vídeo de varios países, aunque en 1993 se proyectó en el certamen italiano Fantafestival. Dos curiosidades: Joe D’Amato firmó la película bajo uno de sus pseudónimos habituales, David Hills; una de sus musas, la actriz Laura Gemser (la inolvidable «Emanuelle negra») es aquí la diseñadora de vestuario, al igual que hizo para otras películas de la Filmirage como Metamorphosis (George Eastman, 1990).

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