La segunda película del singular director español Javier Elorrieta (recordado por el drama urbano La larga noche de los bastones blancos [1979], la taurina Sangre y Arena [1989] o la comedia Los gusanos no llevan bufanda [1991]) viene a ser como una versión hiperbólica y expandida del siempre citado clásico El malvado Zaroff (1932), con la cacería humana como motor narrativo de una historia que parece sacar a relucir los más oscuros instintos del ser humano. La noche de la ira lleva esto al terreno rural puramente hispánico, con generosas dosis del reverso más sórdido del terror campestre americano de los 70, que proponía en bastantes ocasiones el choque del urbanita contra los férreos y primitivas cotidianidades de la salvaje vida en el campo. En un pequeño pueblo castellano por determinar, ejemplarmente fotografiado para mostrar una arquitectura de lo agreste, llega un nuevo médico que ha sufrido una reciente crisis sentimental. Sigue leyendo
beatriz elorrieta
Necrophagus (Miguel Madrid, 1971)
Pocos antes de dirigir la curiosísima El asesino de muñecas (1975), el realizador Miguel Madrid estrenaría una de las piezas más bizarras y estrafalarias del fantaterror español. Conocida internacionalmente con el más sugerente título de Graveyard of Horror (Cementerio del terror, si traducimos literalmente), Necrophagus marca cierta curiosidad en la historia del terror español por su llamativo juego de géneros, dentro de un entramado en el que podremos encontrar desde mad doctors, ambientaciones de pura inspiración gótica o algún «muerto» revivido, hasta localizaciones tan afines al género como un majestuoso cementerio y dentro de un horror que apuesta por lo atmosférico. En este sentido, el film de Madrid, a pesar de contar en su título con un epíteto tan sonoramente gráfico como «Necrophagus» (que podemos traducir como necrofagia, el curioso a la par que singular arte de comer cadáveres), el film entra dentro del sector más moderado de la corriente de terror que se originó en España por aquellos días: la ausencia de violencia gráfica explícita (salvo leves apuntes), así como la exclusión de desnudos (muy habituales en películas coetáneas) sorprende, aunque es cierto que el director pretende imbuir al terror de un componente mucho más sutil y sugerente como es una sensación continua de perturbación en su ambiente. Sigue leyendo