Necrophagus (Miguel Madrid, 1971)

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Pocos antes de dirigir la curiosísima El asesino de muñecas (1975), el realizador Miguel Madrid estrenaría una de las piezas más bizarras y estrafalarias del fantaterror español. Conocida internacionalmente con el más sugerente título de Graveyard of Horror (Cementerio del terror, si traducimos literalmente), Necrophagus marca cierta curiosidad en la historia del terror español por su llamativo juego de géneros, dentro de un entramado en el que podremos encontrar desde mad doctors, ambientaciones de pura inspiración gótica o algún «muerto» revivido, hasta localizaciones tan afines al género como un majestuoso cementerio y dentro de un horror que apuesta por lo atmosférico. En este sentido, el film de Madrid, a pesar de contar en su título con un epíteto tan sonoramente gráfico como «Necrophagus» (que podemos traducir como necrofagia, el curioso a la par que singular arte de comer cadáveres), el film entra dentro del sector más moderado de la corriente de terror que se originó en España por aquellos días: la ausencia de violencia gráfica explícita (salvo leves apuntes), así como la exclusión de desnudos (muy habituales en películas coetáneas) sorprende, aunque es cierto que el director pretende imbuir al terror de un componente mucho más sutil y sugerente como es una sensación continua de perturbación en su ambiente. Con mayor o menor fortuna Miguel Madrid se distancia, aunque con parcos resultados, de otras películas hispanas de similar corte, dejando que la poca pericia con la cámara demuestre en algunas ocasiones cierta torpeza de planificación (hay secuencias planteadas con una impericia suprema) además de una sensación de embrollo proveniente de un guión que dejará múltiples lagunas a la hora de evolucionar la historia.

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Aún así la película se disfruta por su total sentido alienado hacia el fantastique, copando sin rubor el intento de asimilación de muchos de sus movimientos; así mismo, cierto es que esto puede definir por si solo a todo el fantaterror patrio. Necrophagus, como ya hemos dicho, pretende ser una película de potente hálito gótico; esto tampoco es nada nuevo en aquella década de terror hispano, donde multitud de realizadores (desde Paul Naschy hasta Carlos Aured, pasando por un mucho más talentoso Eugenio Martín), pretendían infundir el aspecto de ambientación fantasmal en interiores opresores, espacios oscuros y húmedos que ayudaban a la hora de crear un terror etéreo y fantasmagórico dentro de la trama. En la película de Madrid distinguimos esas querencias artísticas, aquí lastradas por un ingenuo «amateurismo» pero que en alianza con un componente rural (la película ganará en personalidad con las secuencias de exteriores) logran un calado visual bastante agradable. La trama de Necrophagus comienza con una simple premisa que irá complicándose paulatinamente: Michael Sherrington (Bill Curran) es un joven conde que regresa a su majestuoso castillo familiar para encontrarse una situación bastante desapacible; su embarazada esposa, Elizabeth, ha muerto durante el parto y su hermano, el conde Brinbrook, ha desaparecido. Posteriormente Michael se encuentra con un misterio creciente dentro de un cisma familiar confuso y altamente hostil, en un primer acto de función en el que la película muestra algunas escenas de cierto vigor visual (Michael buscando en el ataúd de su esposa, algunas localizaciones interiores de aspecto misterioso que dan cierta entidad…), además de un flashback onírico y surrealista que deja posiblemente el mejor momento de la película. Pronto la historia logrará ciertas conexiones con su título (pocas, advertimos a los morbosos), cuando descubramos un incidente truculento dentro del seno familiar con mad doctors de pulp baratillo (ojo a las siempre agradecidas presencias de Frank Braña y Víctor Israel) donde se pretende la animación de un cadáver en base a unos experimentos con diferentes líquidos y sueros. Más allá de una narración confusa y que se diluye en algunas de las motivaciones de un nutrido grupo de personajes, añadiendo la querencia del director por unos cambios temporales para intentar dar, de manera muy fallida, una unidad a su historia, destacan la presencia del personaje con el rol de investigador del misterio como es el Inspector Harrington (John Clark); sobre él recaerán ciertas pinceladas de sarcasmo rodeado por la curiosa melodía principal del score compuesto por Alfonso Santiesteban, que capta el aura enigmática que pretende la película. Destacan también las agradables presencias femeninas de las desconocidas Catherine Ellison, Marisa Shiero o Beatriz Elorrieta (a.k.a. Beatriz Lacy). Esta última tendría años después un papel de cierta trascendencia en El retorno del Hombre Lobo (1981) de Paul Naschy.

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Aunque Necrophagus es una película que parte de unas buenas ideas, como los buenos aportes creativos de huir de un terror visceral empero de una atmosférica pieza de misterio, su pobre ejecución acaba por disparar muchos de sus defectos. Sin entrar en su ya mencionado y evidente «amateurismo» (mal disimulado, al contrario de otros de sus contemporáneos), este queda evidenciado a todas luces en su conclusión, con la aparición del monstruo de la función ataviado con una ridícula indumentaria que dinamita toda pincelada de entidad que pudiera tener la película hasta ese momento. Conviene destacar, eso sí, la ambientación rural, localizada en una sierra madrileña nevada que se anexa con el paisaje decadente de la España recóndita de aquellos lejanos años 70 (su rodaje se llevaría a cabo en San Martín de Valdeiglesias y Pelayos de la Presa, muy cerca de Madrid, así como en El Espinar, Segovia), que conforma una postal bastante digna para el film. Para concluir, cabe añadir que sobre Necrophagus se cierne una leyenda ubicada en el Festival de Sitges del año 1971. En aquella edición número 4 del certamen, la película de Miguel Madrid ganó, para alta sorpresa del respetable, el premio principal a la mejor película, compartido ex aequo con la cinta polaca Lokis, experiencias del profesor Wittembach (1970) (como curiosidad, señalar que en aquel año pasó por el festival una obra magna del calibre de Bahía de Sangre de Mario Bava). Cuenta la leyenda que el abucheo generalizado a la decisión de premiar la película de Madrid fue un auténtico hito en la historia del festival, pero todo quedaría explicado bajo la rumorología: parece ser que Antonio Rafales, director del certamen por entonces, había participado como productor y de manera no acreditada en Necrophagus, sobornando a los miembros del jurado para que la película lograse el premio. Para más inri, Rafales haría un cameo en la siguiente película de Madrid, la ya mencionada El asesino de muñecas. Una de las anécdotas más curiosas de aquellos locos años 70, donde en España había toda una industria detrás del cine de terror. Para bien o para mal, Necrophagus pertenece a ella. En España se estrenaría el 28 de febrero de 1972, en Valencia, llegando a Madrid el 22 de enero de 1973, logrando una recaudación a nivel nacional de 10.940.451 de pesetas, con 351.815 espectadores.

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Saludos desde el Gabinete, camaradas.

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