Curiosa inmersión del terror en la tonalidad dramática juvenil con esta historia que supone una revisión extraña del fenómeno de la licantropía, haciendo interesantes analogías con la problemática adolescencia y que le profirió una singular personalidad que la distanciaría del nuevo abordaje del Slasher en el terror de aquellos años. Aunque hoy olvidada, en su día (aprovechándose del pase en ciertos festivales y un meritorio circuito por el videoclub) consiguió cierto culto entre los investigadores del cine de terror de la época, originando hasta dos secuelas mucho menos populares que constituirían una saga con un espíritu raruno y muy personal. Una trilogía que conducía el terror por una tonalidad indie bastante poco habitual en aquel entonces, especialmente en esta primera parte.
Trabajando el contexto estudiantil e intentando irse de los vacuos clichés con los que se suelen representar los adolescentes de estos terrores, la película se centra en la experiencia de dos hermanas sobre las que se confabula una serie de analogías cotidianas que rápidamente se fusionan con la licantropía imperante de una de ellas. Con un inicio prometedor, con cierto sentido del absurdo y lo grotesco en algunas de sus escenas importantes, la inmersión que propone hacia la problemática de los personajes acaba diluyéndose hacia el núcleo de la trama, aunque es de agradecer que no traicione su ambientación dramática en ningún momento; todo ello a pesar de que el desarrollo de sus intenciones acabe yéndose completamente de la manos hasta confluir en un desenlace tan tosco como desaprovechado. Digno es también su sentido mordaz de insuflar las vicisitudes del terror hacia las lecturas que pudieran sacarse del contexto de la película, lo que hace de Ginger Snaps, con sus defectos, un film que claramente se intentó desmarcar de las tendencias del momento y que trajo a aquel recién inaugurado siglo una personal e intimista lectura del género.
Dirigida por la cabeza pensante de la trilogía, John Fawcett (ahora infatigable director de series de televisión), esta producción canadiense rehusó por petición expresa del realizador de utilizar efectos por ordenador en favor de la artesanía tradicional, un enorme punto a favor de la película y que añadirá un sentido especial a sus secuencias de impacto. Ginger Snaps fue en aquel año 2000 una pequeña revolución del género dentro los límites del underground apoyándose por su paso por festivales del prestigio de Toronto, con una rotura hacia los habituales clichés de la figura femenina en el género como uno de los puntos que hizo que cierta mirada crítica la apoyase, siendo además un éxito de taquilla en su país de origen. A destacar las loables interpretaciones de las actrices protagonistas Emily Perkins y Katharine Isabelle, así como un interesante comeback de una antigua estrella en horas bajas como Mimi Rogers. Halloween se representa en una de los tramos del núcleo de la trama, aunque su relevancia en la misma sea circunstancial.
Saludos desde el Gabinete, camaradas.