(Colaboración de Miguel Ángel Muñiz)
1959. A La Habana, Cuba, es enviado Robert Dapes, un mercenario británico que sirvió en el ejército. El general Bello, hombre fuerte de Batista, contrata sus servicios para que lo asesore en la lucha contra la guerrilla. Dapes trata de no involucrarse demasiado en los asuntos que ocurren en la isla, pero sin contar con ello se encuentra con Alejandra Pulido. Una joven con la que años atrás mantuvo un romance y que ahora está casada con un terrateniente del lugar. Sin posibilidad de dar un paso sin que las autoridades lo sepan; el ahora asesor militar, tendrá que enfrentarse con ambos bandos mientras trata de sobrevivir en medio del caos y la miseria en la que está sumida la ciudad. No conseguirá sin embargo olvidar a su antiguo e idealizado amor, que ahora es una mujer mucho más combativa y firme.
En Cuba, segunda colaboración entre Lester y Sean Connery, se aprecia un intento por retomar un cierto tipo de melodrama en medio del conflicto político y militar a la manera de Casablanca (Michael Curtiz, 1942). Desde luego el punto de vista del director de Superman III (1983) y el guionista Charles Wood resulta más sombrío, más cínico. Robert Dapes, personaje incorporado por el intérprete escocés, está anticuado, obsoleto. Cree que es posible que todo sea “como antes” respecto a su relación con la señora Pulido, con quien años atrás mantuvo un romance que se adivina un tanto ingenuo pero intenso. Sin embargo las riendas han cambiado. Ahora es ella la que decide sobre su vida, sobre lo que más le conviene y en definitiva con la manera de vivir su vida. No rinde cuentas al pasado y es por tanto más objetiva que Dapes, que cree poder regresar a casa con ella rendida en sus brazos. Un apunte muy interesante habida cuenta de la fama de galán maduro que Connery siempre ha llevado consigo; lo cual le ha provocado en ocasiones formar pareja imposibles con mujeres o chicas bastante más jóvenes que él. En cualquier caso, Lester trata de desmitificar esa estela de encanto masculino para dar rienda suelta a peleas, discusiones y pataleos varios (de ambos) que resultan frescos, pero sobretodo que destilan una realidad que golpea en la cara las esperanzas e ilusiones que en algún momento cruzaron la mente de los protagonistas.
La revolución cubana es un marco peligroso, pasional e incluso romántico. La decadencia de un régimen, el del general Batista, que se abre a la luz floreciente de un cambio tan importante que muchos creían que sería el principio de un mejor mundo. Sin embargo por el camino quedan los intereses de cada bando, los asesinatos, la represión, el contrabando, los negocios sucios y por supuesto el dinero. Con todo esto, Richard Lester entrega una película especialmente bien realizada en el aspecto técnico, donde el estilo documental de anteriores trabajos del realizador, se alza por encima de otros mecanismos narrativos genéricos. El uso abundante de planos con teleobjetivo y seguimientos de los personajes cámara en mano, semejan el estilo del reportaje o la crónica de guerra, si bien también se recurre a grandes angulares y composiciones “distorsionadas” para describir a los personajes a través de la cámara. Lo importante es que tanto las secuencias de acción como las de mayor carga dramática están resueltas con eficacia e incluso pericia. Con un refinamiento en ocasiones, poco usual, como el enfrentamiento entre Alexandra Pulido y la amante de su marido o el intento de asesinato de este por parte del hermano de la chica. Las imágenes dejan ver claramente el cuidado por el detalle y la perfecta disposición de los elementos de puesta en escena y montaje que resultan impactantes e incluso rabiosos (la discusión en la mesa del bar entre Dapes y Alexandra Pulido).
El director de El cobarde heroico (1975) siempre que ha podido se ha rodeado de los mismos colaboradores. Esto ha demostrado ser una herramienta eficaz para un director acostumbrado a filmar con dos cámaras simultáneamente o en ocasiones con tres. Tanto John Victor Smith como David Watkin eran ya viejos conocidos del cineasta británico y en esta ocasión resultan de capital importancia en el resultado final. La fotografía de Watkin es en todo momento naturalista, en consonancia con el estilo visual requerido por el director, sin florituras o efectismos vacíos, usando en gran parte luz natural filtrada. Lo que no es óbice para que en ocasiones se muestren atractivas tomas de paisajes o composiciones de gran fuerza y expresividad. Victor Smith como editor ya curtido en el imaginario de Lester, imprime a la narración un ritmo que conjuga el desarrollo de los personajes, respetando los momentos de silencio e intimidad, con las partes más trepidantes de acción o suspense. Sin resultar irregular o chocante en ningún momento. Incluso los momentos que podrían resultar más convencionales, como la presentación de los personajes o los momentos de transición, resultan interesantes, con un cierto aire a vídeo publicitario turístico, pero subvertido por la decadencia social y moral de quienes pueblan las imágenes.
El resto del reparto, en especial Jack Weston, Denholm Elliot y Chris Sarandon realizan una labor solvente que ayuda a conformar el variopinto paisanaje de aquel lugar y momento. Weston tiene aquí un rol un tanto cómico, como “pez fuera del agua” que maneja con encanto y un cierto sarcasmo. Sarandon como marido del personaje interpretado por Brooke Adams, resulta tan antipático como cabría esperar, si bien es cierto que acaba siendo un parte, una víctima de las circunstancias que el mismo ayudo a crear. La atípica belleza de la protagonista y su extraña química con Connery, dan una idea de la clase de relaciones que los personajes pueden llegar a establecer a lo largo del relato. Existe una mutua confianza en apariencia, pero cuando las cosas se complican, cada uno mira por sus propios intereses y los que tratan de guiarse por sentimientos, acaban recibiendo una dura bofetada de realidad.
Rodada en España, ante la imposibilidad de filmar en la propia Cuba, la injusta y bastante discreta recepción del filme, no fue impedimento para que casi una década después llegase a las pantallas una producción de similar temática y tono; Habana (Sydney Pollack, 1990) que también resulto un fracaso comercial, más importante si cabe por tratarse de un proyecto de gran presupuesto protagonizado por Robert Redford. Pero el título que nos ocupa es superior en líneas generales y sabe narrar con concisión y sin caer en falsos sentimentalismos o épicas rimbombantes, la odisea personal de este puñado de individuos. A esto ayuda además la enérgica banda sonora, con esos ritmos de percusión que mantienen alerta y anticipan el estallido de lo que está a punto de ocurrir.
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