Publicada originalmente en Cine Maldito
Rejas Ardientes es una película, ante todo, honesta. Su compromiso como deslenguada y admirable explotación da todo aquello que en su subgénero gozaría de absoluta amnistía, dentro de esos elementos que se erigirían gratuitos en una corriente mucho más convencional, pero que aquí, como amalgama tardía de las llamadas women in prison films, parece de inevitable exposición: reclusas femeninas con aires varoniles, violencia dura y directa, desnudez de dudosa justificación o la brutal ejecución de la opresión y la sumisión, entre otras diatribas argumentales que construyeron un subgénero y sus variantes, carne de cañón para los cines de barrio de los años 70 y que aquí llega bajo la dirección de Paul Nicholas (con una modesta y corta filmografía que nació y se estancó en esa década) en plena ebullición del encantador paisaje de los videoclubs.
Caroline Henderson es una joven interpretada por Linda Blair, quien por entonces seguía dinamitando su estampa de leyenda del terror (la que le había facilitado su protagonismo en El Exorcista de William Friedkin) con otro subproducto de encantador empaque de Serie B encasillándose como una de las damas del trash de los 80. Aquí interpreta a una joven que es recluida un tiempo en prisión, convirtiéndose en carne de cañón para el tipo de sórdidas cárceles femeninas que alimentaron las women In prison films durante aquellos años 70 en los que el subgénero nació y explotó. A pesar de sus problemas de ritmo, lo endeble y estirado de su trama argumental, lo exagerado de algunas de sus pretensiones y el escaso valor narrativo que rezuma su director, Rejas Ardientes aguanta el visionado más por encanto que por empeño, como el que da el estridente apoyo musical digno de la época, el iconográfico reparto que acompaña a Blair y que incluye a Sybil Danning (otro excelso y encantador mito del cine de géneros de la época) o Tamara Dobson (capitaneando el flanco afroamericano de la cárcel, en una especie de émulo de la Cleopatra Jones que la convirtió en emblema de la blaxpoitation), además de un John Vernon o Henry Silva de estoicos villanos caricaturescos, en un antagonismo muy carismático en el que destaca el primero como malicioso alcaide.
Es quizá el regusto decadente que para/con las llamadas WIP films destila aquello que juegue más en su contra, aunque Nicholas tire de oficio para serle fiel: no falta la atmósfera mugrienta y sórdida con el que se retratan los interiores carcelarios para añadir cierto ímpetu visual a la obra, además de obligados estamentos escenográficos como las imprescindibles escenas en las duchas, el lesbianismo latente potenciado en unos determinados momentos o el predecible motín final. Todo encuadrado bajo el cautivador marco de la exploitation y su anexa absolución de cualquier tipo de contención, lo que compromete a la película con el espectador dispuesto a verse imbuido por el encanto de la exageración.
Saludos desde el Gabinete, camaradas.
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