El próximo estreno de la nueva película de Alexandre Aja ha generado interés en descubrir la obra que se toma como adaptación, «Cuernos». Si además se revela que la publicación proviene del hijo de Stephen King, probablemente las ganas de enfrentarse a su lectura se multiplican. Tras el nombre de Joe Hill se esconde Joseph Hillstrom King, uno de los hijos del rey del terror y que centra sus labores como escritor y artista de cómic en los géneros de la fantasía y el terror, al igual que su exitoso padre. Sería un atrevimiento obviar que gran parte del éxito le viene por el prestigio añadido de ser el hijo del que pósiblemente es el más prestigio autor de literatura de terror de todos los tiempos, aunque sería injusto obviar que la crítica le ha apoyado por demostrar ciertas dotes para el género en obras previas como «Fantasmas» y sobretodo «El Traje del Muerto».
«Cuernos» (del original «Horns») es su tercer trabajo el cual ha ganado cierta notoriedad por ser la primera obra del autor que se adapta al cine, proveniente además de uno de los prometedores directores del nuevo cine de terror, el francés Alexandre Aja. Publicada en 2010, «Cuernos» relata la historia de Ig Parrish, un joven que tras una noche de borrachera se levanta estupefacto al ver cómo le han crecido cuernos de su cabeza y parece tener poderes sobrenaturales, como la percepción de los pensamientos diabólicos internos de las personas con tan solo entrar en contacto con ellos. «Cuernos» es una historia de terror, pero no desarrollada en los preceptos esperados tanto en el género, como del descendiente de toda una eminencia en la literatura fantástica como Stephen King. Hill plantea sobre su obra una amalgama de géneros sobre el que prevalece un tono totalmente potenciado hacia el fantastique, con una trama que traza el horror de una manera perversa y juguetona; su trasfondo esconde, aunque es algo que el lector ha de incidir por su propia cuenta, una potente historia de amor, elevando sus constantes vinculantes a unas exageraciones en su contexto hasta el punto de revertir esa variedad argumental: ahí donde esta historia de amor y desamor, de engaño y deplorable pasión, acentúa su sentimentalismo: Hill sabe aportar notoriedad al tono fatalista para así acrecentar el horror en los términos más terriblemente catastrofistas.
Aunque sea gratuito señalarlo debido a algunos de los parajes emocionales de la trama, «Cuernos» es un viaje a los infiernos con todas sus consecuencias. Un mundo de cruenta fantasía que se observa enorme en su globalidad pero que disminuye hasta hacer descender a un abismo emocional a su protagonista, un Ig Parrish que verá como aquello que le rodea se alía para edificar la tenebrosa pesadilla que se construye a su alrededor. En la conexión con el lector es Hill donde da en el clavo, utilizando un arma perversa: los personajes. El abanico de roles que se pasean por la trama están perfectamente construidos y nacen en la historia con la obligación moral de dejar huella en nuestro protagonista, sin las pretensiones de ocupar un papel prescindible. Es curioso ver como cada uno de ellos tiene una notoriedad medida en la trama, y se van dibujando en la estructura de flashbacks que el autor plantea.
Es en esa estructura del relato, separado en 5 capítulos, la que origine un arma de doble filo en este «Cuernos». Por una parte, estos segmentos responden a una división capitular esperada y previsible, nada achacable, y que logran la homogeneidad al relato que parece intentar. Los cambios temporales y la alteración de la cronología parecen justificadas a la hora de retratar algunos de los importantes sucesos de la trama; una complejidad estructural de la que Hill sale glorioso en su atrevimiento e intencionalidad, pero que en algunos tramos de la obra resta bastante agilidad. En estas lindes, King salía siempre victorioso. Aunque la comparación pueda parecer gratuita, este parecido entre las narraciones de ambos escritores no parece casual. Sin embargo es en el dibujo de las aristas (sub)urbanas del paisaje anexo a la trama de «Cuernos» (prototípico pueblo norteamericano con sus enclaves morales), con su canto de amor a los tiempos pasados y a las juventudes desarolladas bajo aversiones sentimentales, donde Hill parece evocar a la literatura de su padre. Aún así, la obra objeto de esta reseña navega bajo los caudales catastrofistas de los muchos géneros con los que toquetea (además de los previamente mencionados, se da cabida hasta una comedia negrísima) siendo fiel a su condición de literatura fantástica.
Hill, a falta de pulir algunos detalles, ofrece en su narrativa un interesantísimo poso de fascinación. Ahí emergen los aciertos de su narración, al mismo tiempo que esa fidelidad hacia el fantastique disimula los aspectos más discutibles de su historia. Como se ha podido comprobar, el Reverendo ha intentando omitir cualquier tipo de referencia a aspectos claves del argumento, ya que desde el principio de la obra los hechos acontecidos van inmersos de una notoriedad altamente importante para la asociación de la historia por parte del espectador. Este «Cuernos» no dejará a nadie indiferente. Y sí, hay suculentos giros de guión. Altamente recomendable.
Próximamente: «Horns», de Alexandre Aja.
El Reverendo les manda afectuosos saludos desde el Gabinete.