Publicado originalmente en Cine Maldito
El cine post-apocalíptico ha sido uno de los géneros más recurridos en una multitud de variantes dramáticas. Aunque últimamente vemos como grandes producciones norteamericanas se nutren de esa variante de la ahora popularmente denominada distopía, las historias ficticias sobre sociedades futuras decadentes hoy son recordadas como excelso reclamo en multitud de corrientes. A vuela pluma podemos mencionar el como una novela ha sustentado tantas ideas para el cine fantástico si recordamos el Soy Leyenda de Richard Matheson, o la eclosión del subgénero apocalíptico inaugurado por El Planeta de los Simios (1968), que originó una retahíla de obras hermanas que retrataban un infausto futuro sobre la raza humana. Además de traspasar las barreras norteamericanas llegando hasta la decrépita Australia que dibujada Mad Max (1979), la industria italiana de géneros también adoptó los futuros catastrofistas dentro de un cine espiritualmente trash que elevaba al cubo las intenciones de aprovechamiento del éxito ajeno que la cinematografía del país llevaba practicando desde décadas atrás.
El llamado post-apocalíptico italiano, paradigma de una época dorada del exploit europeo y la generación del videoclub, y que dejó para el público otras piezas nostálgicas y artesanas como Los Guerreros del Bronx (1982) o Los Nuevos Bárbaros (1982, curiosamente ambas del mismo director, Enzo G. Castellari), tiene en 2019 Tras La Caída de Nueva York una figura ejemplar para comprender, entender e incluso amar al subgénero, si se asimila el encanto de la cultura de explotación de la que es partícipe. Nos encontramos en un Nueva York devastado por una hecatombe nuclear, donde veremos una ciudad en su día prototipo del desarrollo universal y que en año 2019 se encuentra aniquilada y dominada por regímenes enfrentados. La película viene dirigida por una eminencia dentro de la industria italiana de géneros como Sergio Martino, con su previo recorrido por el giallo, movimiento en el que dejó algunas de sus obras más recordadas. La cinta tiene en el punto de mira a esas piezas claves que en su día fueron modelo para la contracultura apocalíptica italiana, como son 1990 Rescate en Nueva York (1981) de John Carpenter y la previamente citada Mad Max. De la primera no sólo será la clara referencia en el título lo único que asimile, ya que el esquema argumental también se nutre de ese concepto de la gran urbe sumida en la anarquía. De ambas se ayuda para la composición de la arquitectura formal del antihéroe, gran angular de toda obra distópico-apocalíptica, en el que recae toda la faceta “heroica” de la trama además de representar esa posición reaccionaria ante los nuevos cauces de esas sociedades futuras.
La película de Martino gana encanto por la auto-confesa ranciedad de su operativo del espectáculo, que esconde un humilde uso de los arquetipos del subgénero dentro de un sentido de la diversión admirable y reivindicativo. En ella se manifiesta la sabia utilización de las propias limitaciones, al no ocultar esa inherente etiqueta trash que lejos de empobrecer la imagen de la película hace que algunos de sus valores puramente cinematográficos compensen esas limitaciones formales que sólo un escaso presupuesto ha podido originar. Así, el director saca de dentro el buen hacer de épocas pasadas para imprimir a la película un ritmo organizado y elaborado, aprovechando los momentos más afines a la acción para dibujar su más que consecuente artesanía, latente a pesar de los pobres resultados estéticos. En lo relativo a la ficción y su dramatización la película tuerce voluntariamente hacia lo grotesco, jugando con la línea fina de la ironía en algunos de sus postulados argumentales como ese eje narrativo que habla de la última mujer fértil sobre la tierra, premisa también de la obra en la que se basaba Hijos de los hombres (2006) de Alfonso Cuarón.
En definitiva, 2019 Tras la Caída de Nueva York sirve como muestra de la desmesurada visión de la cinematografía de consumo italiana con una variante tan popular de la llamada distopía, honesta en su peculiar construcción de la ficción y consecuente con sus acotaciones estéticas, que son compensadas por la inocente acepción de las premisas triunfales ajenas.
Saludos desde el Gabinete, camaradas.