In Memoriam: Seijun Suzuki (1923-2017)

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El pasado 13 de febrero fallecía Seijun Suzuki, uno de los más elementales cineastas que ha dado la cinematografía asiática. Especialmente recordado por sus incursiones en el cine de gángsters, cuyo sello fue de tal importancia en occidente que cineastas del calado de Quentin Tarantino o Jim Jarmusch han reivindicado continuamente sus obras más esenciales, Suzuki comenzaría a trabajar poco después de finalizar sus estudios en la prestigiosa Academia Kamakura, que realizaría después de su alistamiento en el ejército de su país.  Se especializaría en la asistencia de dirección, cargo que efectuaría en sus primeras incursiones profesionales, Ore no kenjû wa subayai  y 
Kuroi ushio, ambas del año 1954. Pronto comenzaría a trabajar principalmente para la prestigiosa compañía Nikkatsu, debutando dos años más tarde con Minato no kanpai: Shôri o waga te ni (1956), a la que seguirían un buen número de películas que realizaría mayoritariamente en un régimen de total mercenario. Pero la cima de su carrera llegaría, casualmente, cuando rompe con la mentada productora, algo que se produce con Marcado para matar (más conocida por su título anglófono, Brainded to kill, 1967), momento en el que estabiliza de manera feroz su particular visión de la yakuza, sobre la que ya había rondado en la también relevante El vagabundo de Tokyo (Tokyo Drifter, 1966). Este díptico, principalmente (aunque se podrían destacar su más desconocido toqueteo con el thriller perturbador en Zigeunerweisen [1980]), le confirió un estilo muy personal respecto a un género quizá ya demasiado encorsetado en aquellos años.

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Paradójicamente, sería la propia Nikkatsu (que le despidiría fulminantemente por no comulgar con su estilo en Marcado para matar) la que anunciaría oficialmente y bastantes días después, la noticia del deceso; dirigiría su última película en el año 2005, la peculiar Operetta tanuki goten (conocida internacionalmente como Princess Raccoon). Seijun Suzuki consiguió dotar de un versátil vanguardismo, afianzado en una extraña pero funcional mezcla de géneros y arropado todo por un envoltorio surrealista y (sub)urbano, tremendamente característico y embriagador, a todas sus aportaciones al cine de gángsters; se le llegaría considerar como una especie de padrino de la new wave del cine asiático, a pesar de quedar condenado al ostracismo por sus problemas con la industria de su país. Hasta siempre.

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