Es difícil que a día de hoy una película pueda trascender esas oscuras barreras del malditismo, el ostracismo premeditado, o ese ocultismo que pudiera llevar la pieza en cuestión a los límites más intransigentes del género. Por supuesto, y de manera general, ese conjunto de films que pudieran encuadrar un estado superior dentro del terror, algo que hace que la parte más estrafalaria de la realidad se sume a su posible relevancia dentro de lo que llamamos cine de culto, yacen en el recuerdo con conceptos como “películas malditas”, “cine oscuro” y otros apelativos de los que no hay duda se sirven muchos films para ganar una relevancia engrandecida por la leyenda urbana.
En la situación actual de los medios de comunicación, donde Internet y su exceso de información instantánea pudiera ser culpable de dinamitar al momento el maldistismo de muchas películas que incluso a día de hoy pretenden serlo, es tremendamente difícil que productos fílmicos trasciendan más allá del contenido de su ficción. Según lo visto en los últimos meses, parece ser que una película llamada The Evil Within sí ha conseguido romper esta barrera en estos tiempos de los clicks enfurecidos en busca de información de toda índole. Y es que hace unas semanas saltaba una noticia que en cierta medida impactaría a los que nos consideramos fanáticos del horror (en todas sus vertientes), a la vez que despertaba también la atención de los más morbosos de la red de redes: un excéntrico millonario, recientemente fallecido, había estado durante más de diez años rodando una película bajo los efectos de las drogas. Si a esto se le suma que la obra se presenta como una pesadilla hecha ficción, contoneándose en las barreras del horror más alucinógeno, el producto parecía estar vendido al momento.
¿Pero qué hay detrás de este film y su ya icónico director? El responsable de esto es un tal Andrew Rork Getty, nieto y uno de los herederos de una importante figura del petróleo como es Jean Paul Getty. Ya de por sí, la familia Getty arrastra una historia repleta de excentricidades y desgracias, coyunturas que compartían con el estado de ser la familia más rica del mundo durante buena parte del siglo XX. Antes de meternos con Andrew y su mediática muerte, los dramas vividos por los Getty comienzan cuando uno de los hijos de Jean Paul, Timothy, fallece de un tumor cerebral en 1958; George Franklyn, otro de los descendientes directos de Jean Paul, pierde la vida de forma violenta y drástica, en una mezcla de alcohol y barbitúricos que él mismo finiquitó clavándose un cuchillo. Casi al mismo tiempo, Talitha Pol, la nuera de Jean Paul y esposa de otro de sus hijos, fallece a causa de una sobredosis de heroína. El cúmulo de desgracias seguiría con uno de los nietos del magnate del petróleo, John Paul Getty III, quien en 1973 y con 16 años de edad, fue secuestrado en la Roma donde residía cuando empezaba a inmiscuirse en la vida bohemia de la ciudad eterna, algo que no impidió conocer a sus secuestradores los atractivos antecedentes familiares del chico; estos pidieron un rescate que el patriarca se negó a pagar en primera instancia (temiendo ser todo una jugarreta por parte de su nieto para cobrar él mismo el rescate), hasta que le llegó una oreja enviada por correo para dejar las cosas bien claras. Finalmente liberado cuando se pagó el rescate, el pequeño Getty quiso darle las gracias a su abuelo pero este nunca cogería el teléfono, lo que da muestras del carácter peculiar y huraño del magnate, siempre obstinado en proteger su fortuna de la infelicidad que él mismo reconocía vivir, con cinco matrimonios fracasados.

Jean Paul Getty (1892-1976), magnate y multimillonario.
Este clan familiar que tiene marcados a fuego la tragedia y el escándalo (otros herederos han protagonizado sonadas relaciones extramatrimoniales en secreto y más carnaza para el papel couché norteamericano), ha vivido su último caso dramático y espeluznante en la figura de Andrew Getty, nieto del mandamás Jean Paul. Rico y joven heredero, empresario espontáneo y reconocido multimillonario, apareció muerto a los 47 años edad el 31 de Marzo de 2015, copando la atención de multitud de medios a nivel mundial. Getty fue encontrado prácticamente desnudo y con un evidente traumatismo, que hizo disparar las alarmas concernientes al asesinato; que fuera encontrado por su ex novia, Lanessa DeJonge, aumentaban aún más las morbosas hipótesis del homicidio. Días después de estas conjeturas, informes forenses acabaron confirmando que la causa de la muerte sería una gravísima úlcera intestinal que se complicó hasta provocarle la muerte; además, su asistenta confirmó que Getty llevaba varias semanas quejándose de severos problemas estomacales. Quizá nos encontramos ante la muerte menos mediática y truculenta del clan familiar, pero lo que mucha gente desconocía es que Andrew Getty era un aspirante a cineasta que había estado trabajando en una película años antes, bajo la autofinanciación, y que todavía no había conocido estreno al momento de su deceso.

Andrew Getty (1967-2015) Millonario, empresario y filántropo. En sus ratos libres, aspirante a cineasta.
La película la hemos conocido hace unos pocos meses y su título es The Evil Within. ¿Su origen? Tenemos que remontarnos al principio de la década de los 2000, con Getty intentando levantar un proyecto llamado The Storyteller y que tendría como objetivo creativo retratar las pesadillas infantiles que el director había experimentado durante su niñez, algo que podría dar unas pistas precoces de posibles perturbaciones mentales, que posiblemente se viesen potenciadas por su también precoz consumo de sustancias de dudosa legalidad. La cinta se comenzó a filmar en 2002, rodándose en su gran mayoría en la mansión de Getty; incluso, una de las enormes habitaciones fue acondicionada como una sala donde llevar a cabo toda la post-producción de la película. En el reparto nombres tan conocidos como los de Sean Patrick Flannery (aquel joven Indiana Jones que ya veía como su carrera iba un poco cuesta abajo), una preciosa Dina Meyer post Starship Troopers (1997) o Michael Berryman, a la postre hoy considerado la principal figura iconógráfica de la película, y que es todo un emblema en sí mismo para la Serie B de décadas pasadas con un físico que no pasa desapercibido a nadie y del que Getty saca buen provecho en su producto. Al director le obsesionaba tanto sacar adelante su proyecto que los cinco millones de dólares iniciales invertidos, construyendo todo tipo de decorados, medios de filmación y complejos sistemas de efectos especiales, le llevarían a la bancarrota, aunque esto solo estaría confirmado por habladurías. Lo que sí es cierto es que durante el rodaje hubo bastantes problemas entre varios miembros del reparto e incluso con algunos responsables de la producción, llegándose a decir que un asistente llegaría a denunciar paralizando el rodaje. Aunque haya pocos datos contrastados acerca de esto, parece que Getty seguiría involucrado en su película durante muchos años más, con un proyecto congelado pero en el que seguía intentando rodar nuevas escenas con un ímpetu sobrehumano por sacar adelante su pequeña criatura. Con su inesperada muerte, la película cayó en un limbo en el que procesos tan importantes como el montaje y etalonaje se encontraban sin acabar. A modo de legado, el productor Michael Luceri decidiría acabar la cinta y mostrarla al mundo el que posiblemente es uno de los proyectos más peculiares que nos ha regalado el terror en los últimos años, en lo que a su concepción se refiere.
Lo cierto es que The Evil Within llegó al mercado del terror haciendo muy poco ruido, como uno esos estrenos del género que pueblan con cada vez más asiduidad estos nuevos derroteros comerciales de la descarga (legal) directa. Pero alguien se inmiscuyó en la intrahistoria que tenía detrás y la noticia de una supuesta “película maldita” corrió como la pólvora generando un interés mediático con unos precedentes muy lejanos en lo que a la carga de marketing que rodea a una película de terror se refiere. Hay un detalle aún más morboso a todo esto; se supo que la úlcera que mató a Getty fue provocada principalmente por su abuso indecente de metanfetaminas. Y sí, según parece, el visionario cineasta rodó la película y fraguó toda la post-producción bajo los efectos de esa sustancia, o eso al menos se ha intentado creer. ¿Pero qué nos cuenta The Evil Within? ¿Se percibe realmente a través de sus imágenes la personalidad tan interiormente perturbadora de este adicto a las drogas que se encontraba realizando su sueño de aspirante a cineasta? La película se centra en la historia de un joven (¿quizá el alter ego de Getty en una ficción sobre su personalidad sobredimensionada?), Dennis (un sorprendente Frederick Koehler), quien tiene ciertos problemas de madurez y sociabilidad y emprende una oleada de asesinatos; como si la dramatización icónica del hábitat de un asesino en serie de la (contra)cultura se refiere, Dennis comenzará primeramente a matar animales para ir escalando en su rango de ira contra algunas de las personas que le rodean. Su hermano John (Sean Patrick Flannery) tendrá que hacerse cargo de él justo en el momento que Dennis comienza su paranoia homicida, lo que generará una situación tan insostenible como incomprensible al conocer esa peculiar personalidad del joven. Este será el epicentro de la película, un conjunto de secuencias de corte opresor y onírico donde Getty se inmiscuye en la personalidad de su protagonista, generando unas pretenciosas escenas dementes con las que presentar lo complicado de la carga psicológica del personaje. A su favor habría que achacarle a The Evil Within (dejando a un lado la posible influencia del consumo de drogas del director, donde cada espectador verá si esto se produce realmente o no) que sí pretende en todo momento en tirar por un horror hacia lo atmosférico, lo incompresible y lo malsano, consiguiéndolo solo en algunos momentos para mayor gloria de un Michael Berryman sensacional (ejerce como de reverso tenebroso y monstruo de las ensoñaciones de Dennis) y herramienta narrativa de ciertos momentos de la trama. Un propósito de crear horror poco convencional y alejado de los cánones, algo de lo que nadie debería tener la mínima duda.
Hay una diatriba que es palpable en The Evil Within y se convierte en algo que indudablemente añade encanto a la propuesta: la película se procreó con la total libertad creativa de Andrew Getty y no hay, a priori, ninguna presión externa de estudio en ella. Esto se notará en el intento de patentar un horror extraño, bizarro, que apoya su demencia visual en la querencia por retratar el drama interno de su psychokiller precoz. Lógicamente, varias preguntas salen a la palestra, que solo quien haya conocido personalmente a Getty podría aportar respuesta: ¿el maremágnum mental del director está impreso en esta inclasificable historia de asesinatos y pesadillas? ¿Estaba Andrew tan dependiente de las drogas que fue esto la causa de que le haya salido una película tan peculiar y poco convencional? Cierto es que de no conocer estos datos de la vida del millonario heredero, The Evil Within habría pasado al limbo del terror directo a vídeo (ahora llamado video on demand, por eso de las nuevas formas de consumo) seguramente con más pena que gloria y en un olvido prematuro. Porque sin dejar de lado su concepto morboso de la violencia (espectacular en este sentido una secuencia que se nos deja para el final y que es evidente que le costó bastantes dólares a Getty), sus experimentos viscerales en su impacto para lo visual (merecen mucha atención los momentos de demencia total onírica del protagonista) e incluso el jugar con varios elementos estéticos con complejos y rebuscados ángulos de cámara (y mitos del negro folclore como los súcubos), su caótica post-producción pasó tanta factura que la entidad fílmica de esta The Evil Within acaba perdiendo demasiados enteros: inconexión en su trama, personajes que aparecen y desaparecen sin ningún tipo de criterio, y en general una sensación de maremágnum conceptual en el que es difícil entrar, salvo quien se deje llevar por el morbo de su condición de “película maldita”. Pero, ante todo, este proyecto deja entrever una coyuntura fascinante y que sí es un soplo de aire fresco en su liga del horror: el esfuerzo mayúsculo de un cineasta por procrear un horror inexplicable, enigmático y muy poco habitual; otros en su elaboración fílmica hubiesen tirado de la paranoia sin sentido para justificar la locura interior de la película. En este caso, un esfuerzo titánico por trascender las barreras del terror venido de la visión nihilista y megalómana de un adicto a las drogas, algo que no puede generar nada que pase desapercibido. Solo por eso, Andrew Getty ha entrado en los pasillos más subversivos del culto, donde quizá generaciones posteriores vean a este The Evil Within como la “película maldita” por excelencia del Siglo XXI. El tiempo dir
Saludos desde el Gabinete, camaradas.
Enorme reseña. Mola mucho leer este tipo de cosas, que demuestran que a menudo la historia que hay detrás de algunos rodajes supera en interés a la propia película.
Muchísimas gracias por tus halagos José Luis. Por cierto, este artículo iba a ir directo para Terror.Team antes de la repentina y triste desaparición de la página.
Cierto que si se tira de recuerdo existen una serie de películas que muchos tildan como «cine maldito» donde las extrañas y peculiares circunstancias que han rodeado a los rodajes acaban superan el mero valor cinematográfico de las propuestas. Este desde luego, es el caso, por eso creo que dentro del culto más subterráneo The Evil Within puede catalogarse como el ejemplo actual de ese tipo de proyectos.
Recibe un fuerte abrazo, camarada.