Publicada originalmente en Cine Maldito
El satanismo ha sido, desde los primeros años de la historia del cine, una de las temáticas más recurridas y necesarias dentro del cine de terror. Häxan (1922) de Benjamin Christensen sería en el año 1922 una de las primeras aportaciones que se conocen del llamado cine satánico, aquel que alberga en sus contenidos todo lo concerniente a las misas negras, brujería o al ocultismo en términos generales, siempre con la figura del Diablo o Anticristo como inminente amenaza. El subgénero eclosionaría al heredar el séptimo arte una realidad social que comenzó a tratarse de forma mediática y sin tapujos durante la década de los 60, ante la proliferación de un gran número de sectas satánicas cuyos extraños rituales y creencias pasaron a formar parte de un importante porcentaje de la opinión pública. El tema no pasaría desapercibido para el cine de género que encontraría en estos hechos un nuevo filón que comenzaría principalmente con La Semilla del Diablo de Roman Polanski y alcanzaría un dulce cénit con la archiconocida El Exorcista de William Friedkin, la máxima expresión en cuanto a calado se refiere de la figura del Diablo en el cine. Sigue leyendo