The Final Girls (íd, Todd Strauss-Schulson, 2015)
Catapultada como una de las cintas más aclamadas en la pasada edición del festival de Sitges, The Final Girls se desarrolla bajo unas claras querencias reivindicadoras hacia uno de los (sub)géneros más adorados y explotados del fantástico como es el slasher. Strauss-Schulson pretende un homenaje, exageradamente auto-confeso aunque a la vez honesto en sus propósitos, en un juego metalingüístico en el que sus protagonistas acabarán siendo los principales partícipes de una ficción que aclimata en una pretendida y confesa exageración las constantes del mencionado (sub)género; esta maniobra retrotrae al espectador al instante a artificios creativos mucho más interesantes como Demons de Lamberto Bava o Angustia de Bigas Luna, aunque aquí la pirueta narrativa se acaba ahogando en las cansinas y gratuitas ganas de provocar el chiste, olvidándose de procrear un homenaje consecuente con el propio slasher y que acabará, de manera lamentable, en un batiburrillo de gags insulsos y olvidables. El rescate de los más manidos tópicos del slasher serán fruto de un conjunto de secuencias que explotan las bromas sin el cinismo y la mordacidad necesarios, cayendo en un tono cómico excesivamente superior a su empaque fantastique.
La comedia insustancial y su consecuente sentido del humor pueril ahogan algunos planteamientos escénicos realmente interesantes, como las piruetas visuales de algunas de las escenas clave o las ambiciones de imbuir a la película de la estética tan propia de ese espíritu underground que se reivindica. Las maneras narrativas del director brillan por momentos en un par de concepciones secuenciales bastante interesantes, pero que se ven desaprovechadas ante la excesiva jovialidad que lleva a The Final Girls a caminar hacia la olvidable parodia. La carencia de la fina ironía, elemental a la hora de plantear un homenaje respetuoso y consecuente, además de su violencia desmesuradamente naif, provocan que la película no vaya más allá de la broma de insignificante digestión y rápido olvido.
Deathgasm (íd, Jason Lei Howden, 2015)
De Nueva Zelanda llega Deathgasm, cuya premisa se basa en la inmortal relación e icono de la (contra)cultura como es la unión de heavy metal y satanismo, con la historia de dos marginados de instituto que montan una banda de death metal para acabar invocando accidentalmente a las fuerzas malignas del más allá cuando reproduzcan unas misteriosas partituras que caen sus manos. Pieza que promulga una irritante mezcla modernista entre gore y comedia, que aunando todos los clichés y tópicos siempre anexos a la figura del heavy falla al mostrar un sentido auto-paródico algo exasperante y perdido en unas formas pretendidamente excesivas, como manera de impulsar y favorecer su camino hacia a la comedia bizarra y extrema. Aunque haya momentos en los que la película se muestra más comedida y cree instantes realmente conseguidos y hasta en cierto punto embriagadores (las «invocaciones» creadas en los ensayos de la banda, o las secuencias de tinte «infernal»…), el film se acaba diluyendo en su propio espíritu caricaturesco, fallando en la balanza que se inclina más a la comedia selvática en detrimento de esos momentos en los que Deathgasm apuesta por un corte satánico con cierto estilo y contundencia.
Cabe decir que se agradece la propuesta de una reivindicable mezcolanza como es la unión entre cine de terror y heavy metal (sirvan de ejemplo anteriores alianzas como la banda sonora escogida con gusto y criterio por Dario Argento para el Demons de Lamberto Bava, o películas tan injustamente olvidadas como Muerte a 33 r.p.m. de Charles Martion Smith, con la que por cierto Deathgasm guarda no pocas conexiones), hay que reconocer al film de Jason Lei Howden una honestidad a la hora de plasmar en pantalla multitud de guiños tanto al icono (contra)cultural que referencia como al género del que se sirve para ello, pero hundidos en un sentido del humor muy limitado y excesivamente caricaturesco. Su look, irregular en la mezcla de efectos visuales desorbitados con otros instantes de poco sentida artesanía, tampoco ayudan en que la película defina su personalidad, a pesar de que la premisa de inicio apuntaba muy altas maneras.
Cuentos de Halloween (Tales of Halloween, varios directores, 2015)
Las antologías de terror parecen vivir una segunda juventud ahora que jóvenes creadores, en una dedicación casi exclusiva al género, parecen invocar esa añeja y fascinante idea de aglutinar varios historias cortas de terror con un (aunque no indispensable) nexo común. Tras las recientes entregas de la saga V/H/S o The ABCs of Death, llega ahora estos Cuentos de Halloween ambientados en tan señalada celebración a punto de acontecer. Aquí se agrupan diez historias de directores con al menos cierto renombre en la actualidad del terror (desde Darryn Lynn Bousman, uno de los nombres clave de la saga Saw, hasta Lucky McKee, realizador de culto desde la referenciada May, entre otros…), en un producto apadrinado por Mike Mendez, que además de dirigir uno de los segmentos contamina el proyecto bajo el tono de ligera comedia que impera en su filmografía (El convento del diablo, The Gravedancers…).
Cuentos de Halloween padecerá las ventajas e inconvenientes de este tipo de productos, donde la diversidad acaba lastrándose por una tonalidad global en la que el cine de terror se mezcla con el humor quizá de una manera muy superficial, en un tono que parece impedir que ninguno de los realizadores desarrolle su personalidad o deje patente su impronta; todas las historias siguen la conjunción de mezclar el espíritu del horror de la icónica celebración en la que se ambienta con una comedia que navega en los terrenos del splatter y el slapstick en unas maneras demasiado triviales, y donde ninguno de los segmentos destaca por encima de nada salvo los guiños a los espectadores más experimentados con un desfile de cameos donde se incluyen icónicas leyendas del género como Joe Dante, Stuart Gordon, Lin Shaye, Barbara Crampton, la melena de Mick Garris o una Adrienne Barbeau que oficiará de maestra de ceremonias introduciendo cada uno de los episodios en su rol de locutora de radio. El forzado sarcasmo de la propuesta respecto al horror acaba haciendo que la colección de historias sólo sea recordada como un simpático pero insustancial homenaje al género de terror, desaprovechando todo el potencial tanto folclórico como (contra)cultural del imaginario desarrollado a partir de tan fascinante y simbólica festividad que da título a la propuesta.
Maggie (íd, Henry Hobson, 2015)
Peculiar y sonado ha sido el paso del drama de Arnold Schwarzenegger ya en el cénit de su carrera, sirviéndose para ello de esta modesta película que se distancia de la enorme amalgama de productos basados en los muertos vivientes para dotar al imaginario del zombie de un trasfondo dramático muy poco explorado previamente. En una sociedad crepuscular donde la infección de los muertos vivientes está controlada a duras penas por los servicios de salud, una joven infectada de 16 años pasará junto a su familia los 6 meses de incubación a pesar de la contraria postura de los médicos que ven en la cuarentena la situación más aconsejable para la chica, interpretada por una crecida y muy correcta Abigail Breslin. La película apuesta de manera atrevida y sentida por el drama, funcionando a la hora de transmitir una aureola fatalista y catastrofista dentro de un núcleo familiar liderado por un Schwarzenegger que no sale nada mal parado de sus experimentos con el drama, ofreciendo una interpretación medida con inteligencia y que para sorpresa de muchos resultará creíble y hasta con cierta significación en el tercio final. Si la película no va más allá es por su modestia y falta de pretensiones, pero manteniéndose como una pieza muy exótica dentro del propio subgénero.
Es digna de mención la aventura del director de utilizar la icónica figura del zombie únicamente como trasfondo y no como elemento primordial en la trama, tan solo utilizando la premisa como escaparate ante la conjunción del drama ante la enfermedad, que se sirve de su ya mencionado crepuscular calado visual que hará del film un digno disfrute; se contará con una narrativa sosegada que parece conducir paralelamente al ritmo en el que la enfermedad se convierta en elemental para el resto de los personajes y un conjunto artístico que parece tomarse en serio la madurez con la que es presentado el drama. Aléjense aquellos que se dejen influir por el icono de acción que pudiera significar Arnold Schwarzenegger y/o sean devotos seguidores de la rama más exploit del universo zombie, ya que lo que aquí se pretende es utilizar el subgénero para unas intenciones creativas cercanas a desentrañar las miserias emocionales creadas por la enfermedad dentro de una prototípica familia norteamericana.
Saludos desde el Gabinete, camaradas.
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