El pasado sábado fallecía a los 82 años Mario Caiano, uno de esos prolíficos directores del cine de consumo popular italiano acaecido y expansionado durante la década de los 50, 60 y 70. Compartiendo generación con colegas del calibre de Sergio Corbucci, Umberto Lenzi, Fernando Di Leo, Duccio Tessari o Tonino Valerii, entre tantos otros, los mismos que conformaron una generación de directores que cimentó una industria de géneros incombustible. Abarcó, al igual que sus coétaneos, una multitud de géneros; desde el peplum al terror, o de la aventura al western, su amor por el cine le vino herencia de su padre, Carlo Caiano, productor. Pronto entraría en la industria primeramente como asistente y guionista (llegaría a trabajar junto a Sergio Grieco, Vittorio Sala, Riccardo Freda o Edgar G. Ulmer, entre tantos otros) para hacer su debut como director en el género que más popularidad arrastraba en los primeros años 60, el peplum: Ulises contra Hércules sería su primera película, a la que luego llegarían otras películas de la misma vertiente como Dos gladiadores o Maciste, gladiador de Esparta.
Posteriormente llegaría una de sus películas más recordadas, Amantes de ultratumba, un gótico clasicista con una Barbara Steele aún encasillada en su papel de fémina ubicada entre la vida y la muerte; en el western dejaría también piezas para el recuerdo, como Una tumba para el sheriff, Un tren para Durango o Mi nombre es Shangai Joe, una de esas estrambóticas mezclas en las que el género se mezclaba con las artes marciales. Como buen artesano italiano Caiano se adaptaría a las modas del momento: en el spy dejaría Los espías matan en silencio, y en el giallo una eficiente pieza de suspense altamente recordaba por los amantes del thriller a la italiana: la decadente El ojo del laberinto, con un gran reparto (Adolfo Celi, Alida Valli, amén de aparición estelar de Sybil Danning…) y dirigida con garbo. Sería en el poliziesco (… a tutte le auto della polizia, Milano violenta) y en su curiosa aportación a la nazisploitation (La esvástica en el vientre) donde daría sus últimos coletazos en el cine para colaborar después casi en exclusiva para la RAI y ya en el medio televisivo, no sin antes abandonar el rodaje de Nosferatu, príncipe de las tinieblas; Klaus Kinski rechazó trabajar con él tras las interminables discusiones que ambos tenían al inicio de la producción.
Otro de esos sempiternos artesanos italianos, protagonista de toda una generación de talentos del cine europeo, que nos dice adiós. Hasta siempre, socio.