«Sobre tumbas y sepulcros ya era mucho lo que sabía e imaginaba, aunque por mi peculiar carácter me había apartado de todo contacto con camposantos y cementerios…»
La Tumba es otro de los mini-relatos que pocas veces son recordados a la hora de hacer balance sobre lo más relevante de la literatura de H.P. Lovecraft, pero que sin embargo parece gozar de cierta reivindicación en las cada vez más habituales retrospecciones hacia la obra del genio de Providence. Quizá por su alta efectividad a la hora de dotar de vigor y potencia a la estructura narrativa de corta duración, en esta historia se presentan muchas de las siempre recurrentes características del estilo de su autor, en el que vuelve a cautivar al lector la capacidad descriptiva de su escritura en primera persona. Lovecraft escribe La Tumba (literal traducción de The Tomb) en Junio de 1917, en esa época donde el escritor volvía a la ficción (tanto esta como Dagon serían las principales historias de este retorno) tras una temporada en la que se encontraba mucho más centrado en la poesía y donde su existencia se reducía a una marginalidad social que a la postre estaría presente en muchos de los protagonistas de sus obras, como la que nos ocupa. En La Tumba nos adentramos en la personalidad de Jervas Dudley, un hombre que parece vivir un gravísimo encarcelamiento psicológico potenciado por su reclusión en un centro psiquiátrico, lugar desde el que narra su hipnótica historia, la cual fue la que originó su presente situación. El relato lleva al extremo el dibujo interior del protagonista, al exponerlo manifestando todos los prolegómenos que lo han llevado a esa especie de letargo que parece vivir, en un halo fatalista que circunda constantemente sobre una misteriosa cripta situada en los anexos de su hogar.
Definido el protagonista como un hombre en cuya adolescencia se encontraba en una especie de reclusión social potenciada por su negación por los estudios y un parco trato con el resto de individuos, esto es aprovechado para dibujar un único personaje central del que recorremos constantemente todas sus emociones interiores. Aún así, el propio protagonista se define como «soñador y visionario«, que compensa su aversión social con la posición acomodada de su familia. Lovecraft utiliza nuevamente a un personaje en plena decadencia interior, un recurso que incluso aquí se ve más perfeccionado respecto a algunas de sus otras obras, que bajo un punto de vista similar, presentaban las vicisitudes y especiales coyunturas que el individuo (aquí, el protagonista Jervas) sufría en su interior respecto al misterio. Lo escondido, ese factor que parece circular sobre lo arcano o lo enigmático, siempre como un ente maligno que parece vivir en letargo, es aquí representado por las enigmáticas situaciones que Jervas nos describe respecto a su infancia, donde su curiosidad mórbida respecto a una siniestra tumba generará un misterio perturbador, índole esta eternamente recurrida en la literatura «lovecraftiana». Respecto a esta localización, eje elemental de la narración, se atribuye a una familia vecina, los Hydes, también de alta alcurnia, dato este que pasará de lo anecdótico para relevar cierta importancia en el peculiar y recóndito carácter de nuestro protagonista.
Como ya ocurría en la anterior novela que se ha reseñado en este Dossier, El Alquimista, Lovecraft parece querer infundar en la narración un hálito de calculado clasicismo hacia el terror. Aquí se puede vislumbrar en el meticuloso retrato que hace de la propia localización donde suceden los hechos narrados, tanto la tumba como sus colindantes terrenos («Esta cripta de la que hablo es de viejo granito, carcomido y descolorido por brumas y humedades de generaciones…«) sino que, como en aquella, el autor parece dibujar en su protagonista el sempiterno retrato de sus propios miedos, que acostumbraban a circundar siempre por un misterio escondido las más enferma profundidad, tanto física como psicológica. Aquí, en un misterio sobre el que se infunde una constante inquietud (una de sus más valedoras armas de la narrativa «lovecraftiana»), pronto se expanderá a medida que el enigma presente se vaya relevando, donde el genio de Providence vuelve a encandilar por su ejecución del desarrollo en un formato tan complicado como el relato corto. Su sutileza a la hora de compartir con el lector un miedo que se presenta como impenetrable, convierten a la obra en un meticuloso trabajo de suspense que, insistiendo, pasaría a ser la tónica principal de la peculiar visión del autor ante la figura de lo maligno.
La publicación de La Tumba se produjo por primera vez en 1922 en The Vagrant, una revista impulsada por aficionados (lo que hoy se conoce popularmente como fanzine) dedicado en exclusiva a la literatura pulp, donde constantemente se hacía hueco a las primeras obras de Lovecraft. Actualmente La Tumba se re-edita de manera bastante habitual en muchas de las antologías del autor, donde se ubican muchos de sus relatos cortos. Fue llevada al cine en el año 2007 en una película homónima dirigida por el alemán Ulli Lommel, especialista en el terror de bajo presupuesto de estreno en formato doméstico.
Saludos desde el Gabinete, camaradas.