Publicada originalmente en Cine Maldito
Cineasta maldito, olvidado y hasta relativamente denostado, René Cardona Jr. es pese a quien pese una de las figuras más importantes de la industria del cine mexicano. Hijo del también director y actor René Cardona, el clan familiar dejó una importantísima huella dentro de la cinematografía azteca. Ya sólo el pequeño de los Cardona dejaba tras su muerte en 2003 un legado de un centenar de películas dirigidas, auspiciadas por una lucha infatigable hacia la erupción del cine de géneros de su país. Luchadores infatigables y supervivientes del bajo presupuesto, la importancia de los Cardona a día de hoy trasciende sobre la calidad de sus películas o lo chusco de sus propuestas. Su huella es cada día más reconocida por impulsores del cine “guerrillero” popular, tremendamente prolífico y con una pasión exacerbada por la cultura propia dentro de un estilo sencillo pero eficaz y enérgico.
La “exploitation” o explotación cinematográfica es un ejercicio de usurpación que si bien está presente en prácticamente toda la historia del cine, alcanzó un cénit bastante importante en las décadas de los 60, 70 y 80. Expropiaciones temáticas por parte de cinematografías minoritarias a las grandes majors estadounidenses, habitualmente sin ningún tipo apocamiento. René Cardona Jr. ya era en 1977 un cineasta consagrado, fiel a un cine de consumo rápido destinado principalmente a la degustación bajo el encanto de los autocines o salas de barrio de sesión doble. Tras algunos títulos tremendamente popular en su país como El Tesoro de Moctezuma (1966, dirigida junto a su padre) o La Noche de los Mil Gatos (1972), concebía su ¡Tintorera! como un producto hecho completamente a rebufo del filón de un sorpresivo éxito para el cine fantástico americano como fue Tiburón (1975), esa gran película de Steven Spielberg que mostró una dimensión del terror efectivísima en una simbiosis perfecta con el subgéneros de las monster movies.
El temible tiburón blanco es sustituido aquí por la tintorera, término con el que habitualmente se refiere al tiburón tigre y del que Cardona extrae el nombre para titular una película de difícil asimilación, ya que aunque tenemos clara su premisa de exploit puro y duro, su narración navega entre la intriga y el nudie, el documental y el terror, sin llegar a tener una clara idea de lo que la película nos quiere contar en una ausencia absoluta de intenciones temáticas. Es como si el film navegase por un terreno indeterminado, teniendo como única y clara premisa el fagocitar el antecedente dentro de sus propias limitaciones pero con una dejadez absoluta en su desarrollo. Esto nos permite ver como la película de Cardona se aleja del trash italiano, por citar a modo de ejemplo una auténtica cinematografía estandarte del exploit que sabía construir universos propios con el sentido del humor inocente y gracioso de la copia confesa. ¡Tintorera! básicamente alterna escenas sub-acuáticas reales con tiburones auténticos con una historia principal basada en una pareja de protagonistas y sus ligues veraniegos, en una trama sin encanto e interés que parece mero relleno y además se percibe estirada a pesar de una escasa duración de 82 minutos. La presencia de los incombustibles actores mexicanos Hugo Stiglitz y Andrés García (fetiches de Cardona Jr.) junto con una de las rubias de moda del cine independiente americano de los 70 como Susan George dan algo de identidad a la película, protagonizando un triángulo amoroso del que se podía haber sacado más provecho si la película hubiese concebido un sentido más profundo de la auto-parodia.
Su condición de “exploit” se ve mermada con el poco protagonismo que gozan los momentos clave de los ataques acuáticos, aunque Cardona se empeña en mostrar cierto protagonismo del mar cada vez que nos muestra a la dupla de galanes dar rienda suelta su afición a la caza bajo el mar. Como película de terror, si es que la película pretendiese serlo, falla al centrar el foco del horror en la criatura, que no goza de una dimensión que pudiera centrar todos los hechos que ocurren alrededor de ella. Algo poco habitual en el cine del director, que en muchas de sus más importantes películas siempre supo aprovechar las limitaciones autorales a favor dignidad en su condición de cine de género popular.
A pesar de su más que evidente demérito, muy lejos del Cardona artesano de años atrás, la película es salvada por sus pequeñas dosis de encanto, la fidelidad hacia su etiqueta de auténtica película “B”, el buen hacer de las escenas rodadas bajo el mar que tienen una planificación sorprendente (Cardona Jr. de hecho fabricó en 1956 la primera cámara submarina utilizada en México) y el excelente uso de la localización, que deja ver en el metraje algunos planos realmente bellos. Es una pena que su dejadez argumental provoque un desinterés en la trama desde los primeros momentos de película, sin un desarrollo claro de la narración donde ni siquiera se engendra un clímax narrativo de manera acertada. Sólo apta para paladares poco exigentes, gustará a los fanáticos del exploit desvergonzado sin pretensiones, aunque no se logren ni de lejos los admirabilísimos logros artísticos y frescura de cintas como Piraña (1978) de Joe Dante o Voracidad (1979) de Antonio Margheriti, también herederas del tiburón blanco de Spielberg pero que juegan en una liga claramente superior a esta ¡Tintorera!.
Saludos desde el Gabinete, camaradas.
Has leído el libro de Ramón Bravo? El que fuere el director de fotografía acuatica de está y varias películas de los 70s – el responsable de la escena del tiburón en ZOMBIE de Lucio Fulci. Yo no lo he leído, pero parte del resultado del filme de Cardona Jr. parece recaer en el relato, semi autobiografico de Bravo como experto en la vida marina. Parece ser, según lo que he leído, la razón por la que no hay atención al tiburón como monstruo es porque el relato realmente tiene que ver con un triangulo amoroso – Cardona Jr. incluso agrega una extraña y muy graciosa escena homoerotica (por como está editada) en la que Andrés García le confiesa su amor secreto al Americano. He querido leer el libro para constatar esto. Obviamente la película se vendió como cash-in de TIBURÓN, era lógico hacerlo para ganar más dinero, pero el espiritú de la obra en sí siempre pide hablar de lo contrario. A mi me gusta muchisimo como toda la fascinante filmografía de su director.
Camarada, ¿Sabe cuál es el título del libro? Pinta muy bien. Gracias por ese divulgativo comentario.