Se había creado mucha expectación con el último trabajo de David Fincher. Esta tenía una clara extra motivación al encontrarse el director con su género predilecto, aquel que le lanzó a la fama de cabeza con Seven (1995) conformando el enclave narrativo donde ha sabido sacar mucho mejor su potencial, no desdeñando sus otros importantes trabajos para todos sabidos. La trama, aunque dentro de unos elementos quizá demasiado recurridos, se antoja muy interesante: una pareja está a punto de cumplir su quinto aniversario de boda y la mujer desaparece súbitamente de su casa dentro de un escenario que podría dar que pensar hacia a una desaparición en contra de su voluntad. El marido, interpretado por un Ben Affleck quien ya ha circulado con temática similar en su debut como director en Adiós pequeña, adiós (2007), asume rápidamente el protagonismo de una trama que permitirá a Fincher desarrollar unos inquietantes juegos con su peculiar forma de ver, sentir y vestir el género. Gillian Flynn guioniza su propia novela, logrando un libreto sólido y con sus aristas bien cimentadas, dando carta abierta al director a una manipulación interesantísima.
Perdida se inicia postulándose claramente hacia los bastiones del thriller, construyendo un suspense que se va iniciando muy lentamente y que se apoya en la posible culpabilidad de Nick, camino que aprovecha la película para dominar muchos de los arquetipos del género con esas herramientas que Fincher tan bien sabe utilizar: el ritmo, sosegado, sin aceleraciones y tremendamente comedido en su desarrollo; la atmósfera, ayudada por la cristalina fotografía de Jeff Cronenweth (elemental mano derecha del realizador, al igual que la dupla musical compuesta por Trent Reznor y Atticus Ross, tridente artístico que han llevado a que Fincher conciba un estilo personalísimo y muy rico en matices) que sin embargo sorprende por una turbadora y grisácea suciedad; los sutiles engranajes con los que el film va creciendo en perversidad y abriendo sus ramas hacia el melodrama; el compacto suspense marca de la casa, con un empaque que potencia en riqueza un argumento muy habitualmente requerido. Las formas, además, en las que la película no sólo pretende una construcción hacia el propio género ganan aquí cierta riqueza emocional al lanzar contra las cuerdas al personajes principal, enclave argumental que ya se había visto en la semejante Un Grito en la Oscuridad (1988), donde Meryl Streep interpretaba a una mujer que veía como la sociedad la culpaba de la desaparición de su hija. En el film de Fincher los medios de comunicación ocupan un plantel secundario donde emerger la perversidad del medio contra el individuo, donde además la película gana holgura argumental. Muchos han querido ver en Perdida ecos de Alfred Hitchcock; ciertamente, algunos elementos del personaje femenino dan prueba de ello, en concepción tanto estilística como psicológica, pero será en otras diatribas como el mestizaje del engaño y la tensión o los toqueteos con otras variedades genéricas donde Fincher quizá le deba más al genio del suspense.
La película acaba además por englobar varias sub-narraciones que fluyen a la perfección, mostradas con mucha pericia narrativa (los flashbacks, entre otros trucos descriptivos, acabaran por ser parte primordial del film). La personalísima manera de concebir el suspense explota con un punto de inflexión en el segundo acto del metraje donde al espectador se le explica con pelos y señales las características del plan urdido por uno de los personajes, narrado por él mismo. A partir de aquí Fincher deconstruye todo aquello que había instaurado en la anterior parte del metraje, mostrando el lado más sucio, pérfido, y provocador de la trama. Es partir de aquí donde la película se vuelve loquísima en narración, pero adoptando una satirización del género sin estridencias pero dentro de una profesionalidad exquisita. El film apuesta en su desenlace por un camino hacia la auto-destrucción de sus propios engranajes, acompañando en motivos similares a su pareja protagonista. Affleck y Rosamund Pike, perfectos en sus papeles, quienes dibujan el lado más amargo del fracaso. Una conclusión perfecta y abrupta que se convierte en ideal para discernir los manierismos de Fincher hacia su propia película: extraños, excéntricos y pérfidamente inusuales, pero dignos de alguien que construye cada plano con la amplitud de miras de engrandecer un género tan meticuloso como el suspense.
Saludos desde el Gabinete, camaradas.