Una joven llega a Los Angeles para probar suerte en el mundo de la moda. Se adentra en el mundillo haciendo sórdidas amistades, al mismo tiempo que la naturalidad de su belleza asombra a algunos de los responsables de la agencia para la que ha hecho diversos castings. Nicolas Winding Refn vuelve a ejecutar un esplendoroso ejercicio visual demostrando un estilismo exacerbado, a la vez que justificado, lo que le sirve para confeccionar una narrativa en la que reincide en su sobre-exposición del color y el sonido, en perfecta concordancia, como principal mecanismo descriptivo. Como una constante en su obra, el danés estiliza la imagen componiendo planos que exhiben una impresionante riqueza de la imagen, con la construcción de una atmósfera de pérfida luminosidad, arraigada esta en una conjunción visual que propone al espectador un compromiso extra de exprimir un discurso arropado, que no ocultado, por un virtuosismo que acaba por convertir la estridencia en toda una declaración de intenciones; algo, que recordando las anteriores películas de Winding Refn, no debería llevar a la sorpresa, aunque aquí reconduce sus pretensiones en una perfección en su puesta en escena digna tanto del éxtasis como del desconcierto.
Más allá de su valor indudable de su valor escénico, el gran atractivo que perdurará en The Neon Demon será la manera de experimentar con las sensaciones de un discurso que comprende una enorme variedad de preceptos como el fetichismo, la mórbida sensualidad, el canibalismo, la feroz superficialidad de la feminidad, el salvaje tono de sus personajes masculinos, la necrofilia, la mordacidad y un sin fin de disposiciones argumentales que el director ensambla con un estilo definido, más directo que nunca, cuyo fin llegara a una conclusión tan estrechamente metafórica que podría causar estragos con un tono tan premeditado como grotesco. Nunca la sensación de atmósfera abstracta y onírica sirvió de manera tan efectiva a modo de caramelo envenenado, con una película que en su efectismo podría parecer una insulsa proclamación de carácter visual, hasta que progresivamente, y aprovechándose de la reversión de la imagen, se abrirá ante una serie de conceptos planteados con una incomodísima extravagancia formal.
El danés ha defendido desde sus orígenes unas filias hacia el cine europeo y de explotación, especialmente en lo concerniente al thriller italiano. La cita a Dario Argento y su Suspiria (1977), quizá demasiado previsible con todo lo que se ha escrito sobre la película, es aún así inevitable. Pero, si hay un espíritu en cada uno de los planos de The Neon Demon, es el referente al alcanzar unas disonancias estilísticas que parecen encumbrar un nervio narrativo tan rudo como salvaje, que recordará al momento a ese cine de géneros mucho más preocupado en las (indómitas) formas que en un posible convencionalismo. Redondeando una obra inolvidable, aquí se confirmará la justificación de sus excesos deliberados a favor de su turbada naturalidad, que acaba convirtiendo una trama trivial en una absoluta inmersión a un caótico y enloquecedor universo, sin perder en ningún momento ese tono tan personal como extravagante hacia las aristas más tenebrosas de su propio relato. Es difícil explicar con palabras este film, cuyo virtuosismo aboga por edificar su naturalidad en base a las sensaciones del propio espectador. Posiblemente, The Neon Demon construya uno de los discursos más perversos y desagradables que se hayan expuesto en el cine de género, por mucho que el danés nos lo revista en un auténtico deleite visual.
Saludos desde el Gabinete, camaradas.
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