Intruders no debería ser catalogada como una película de terror. Su campo de acción prefiere trascender cualquier tipo de delimitación genérica, ya que la tercera película de Juan Carlos Fresnadillo bien podría definirse como un meticuloso estudio del miedo. La sensación de terror, esa reacción primigenia de protección ante lo desconocido, que alcanza un imaginario interminable cuando se presenta en edad infantil, es esa percepción emocional sobre la que la trama de esta película gira constantemente. Y es que Intruders tiene una historia que reincide en los temores infantiles, los monstruos que salen del armario y como la inocencia e ingenuidad de los niños pueden presentar el lado más fascinante del temor ante aquello que desconocemos. Dos historias paralelas a este respecto conformarán la película, campo de juego bajo el que Fresnadillo utilizará todas sus artimañas narrativas en búsqueda de una personalidad fílmica realmente autoral, que engañará en sus maneras a la hora de presentarse como una película totalmente deudora del calado visual actual del género, con esa introducción, de cámara rauda y veloz, que se sumerge en las diligencias del miedo.
Intruders es una película de concepto, ese que engloba las explicaciones y razonamientos inverosímiles y ecuánimes hacia lo que, tanto infantes como adultos, intentamos reprimir ante lo que nos aterroriza. Fresnadillo reviste a su película con los procedimientos y maneras del cine de terror, aunque su discurso y evolución se distancie plenamente de ello. La idea general sobre el enfrentamiento al miedo se da paso al mismo tiempo que lo hacen dos historias conectadas por el temor, en dos universos urbanos como Londres y Madrid exteriorizados con antagónico aspecto, que van cocinando el campo de juego para la premisa. Por una parte tenemos a una joven niña de 12 años, hija de John (Clive Owen) y Susanna (Carice Van Houten), que sufre de reiteradas pesadillas con un protagonista siniestro: un personaje sin rostro, de aspecto tenebroso, que también es el objeto de los delirios de un niño español en similares condiciones. Este es el hijo de una mujer (Pilar López de Ayala) que solicita ayuda a un sacerdote (Daniel Brülh) para deshacerse de la amenaza que atemoriza al infante. El director afronta el choque del terror imaginativo de los niños que se extrapola a todos sus personajes anexos con las texturas del moderno cine de terror pero en un hálito mucho más intimista, altamente reflexivo y con un análisis adyacente introspectivo; tarea quizá no valorada especialmente, ya que hay que estimar el cómo el director huye de los clichés manidos tan asociados a dos coyunturas presentes aquí como son la casa encantada (o domicilio con el mal en su interior) y la presencia de niños en pleno contacto con el elemento terrorífico.
El poso dramático y la angustia hacia el terror serán dos planteamientos que construirán la película, donde Fresnadillo utiliza una dirección creada en favor de cimentar un suspense, edificando una iconografía propia respecto a la incertidumbre, donde sus claves de trasfondo son colocadas paulatinamente: así se generará una ambigüedad respecto al ingenuo planteamiento infantil del temor y la incomprensión y aflicción de la visión adulta. La película se nutre del sello folclórico de la más antigua (contra)cultura, así como de las delimitaciones propias del cine de terror para sumergirse en el miedo en todas sus facetas y consecuencias, donde se da muchísimo más valor al grado dramático de lo pesadillesco que al golpe de efecto artificioso. En contra de la película hay que decir que si bien se apuesta por un sello intimista y personal a la hora de transmitir al espectador una serie de sugerencias dramáticas, algunas maniobras visuales acabarán por desbaratar varias de las propuestas visuales. Quizá el icono malvado principal, el temido Carahueca, no acabará por formar el peso representativo pretendido, cayendo en una sobreexposición que atará al film en unas conexiones artificiosas con el neo-terror, que el film no necesita y acabará por poner en peligro el peso sugestivo de la película.
Quizá el miedo a lo desconocido por parte de los niños no sea más que una ambigua confrontación que introducirá el temor de los adultos ante lo cotidiano. Una diatriba que nos es sugerida con su resolución final, que lejos de buscar el impacto supone el resultado requerido ante los pequeños detalles que se irán conformando. Intruders hace que esos intrusos a los que hace referencia el título interfieran en la vida de sus protagonistas bajo el sello de un horror escrupuloso, milimetrado y de un poso sobrecogedor que, lejos de servirse en plato, deja que sea el propio espectador el que interiorice sus propias conclusiones. Su predisposición al suspense funcional, respecto a las maneras en el que contenido y forma se complementa, es la gran apuesta de una película notable en el género bajo el que irremediablemente el espectador acabará por verse involucrado. Es precisamente la manera en la que trascenderá lo usual de su historia donde el film conquistará al público que busque algo más allá del terror efectista y anacrónico.
Saludos desde el Gabinete, camaradas.