Rewind Pulp: «Hálito de cera y muerte», Ben Ramsay

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Bajo el sugerente título de Hálito de cera y muerte llega el que posiblemente sea uno de los números más peculiares y extraños de los que poblaron la «Selección Terror» de Bruguera, o al menos de las entregas que han podido llegar al que esto escribe. Cabe añadir en primer lugar el total desconocimiento que al menos por aquí tenemos sobre su autor, Ben Ramsay, al que únicamente se le conoce un título más, también de la misma colección de Bruguera, llamado Angustia transferida. La historia de la novela que nos ocupa hoy parte de unos recortes de periódico que llegarán a la redacción del célebre New York Times, en el que se habla de una ciudad fantasma arrasada por las llamas y sobre la que se ubicaba un prestigioso museo de figuras de cera repleto de leyendas, ubicado en tierra de nadie y con un aura de misticismo que recae sobre él apoyada en las viejas leyendas que recorren tanto la propia galería como sus anexos parajes. El pueblo se llama Kovrin White y su siniestra tradición será investiga por Kerry Brokker, al que le facilitan un extraño manuscrito con una enigmática historia de multitud de muertes y desgracias sobre una localidad que extrañamente aparece apodada como Holborn…

A continuación, la trama de la novela nos trasladará a lo redactado en el manuscrito, donde el protagonista William E Gardiner llega al pueblo tras ser nombrado como director Museo Histórico de Figuras de Cera del paraje. Culto, refinado y alto conocedor de ciencias ocultas, Gardiner es enviado a Holborn para investigar los extraños sucesos que acontecen el museo, ya que en algunas mañanas y de manera totalmente inexplicable algunas de las figuras se rompen solas. En esta tesitura del prototípico entramado en el que un joven urbanita llegará a un solitario y misterioso paraje rural envuelto de misterios será la principal vía de desarrollo de Hálito de cera y muerte, un auténtico conglomerado de estructuras narrativas que oficiará un curioso juego de meta-ficción, con una primera parte de poso totalmente clásico en el que imperará un agradecido intento de transmitir toda esa iconografía oculta y macabra que ha dado de sí el arte de las figuras de cera tanto en el cine como en la literatura; de hecho, las partes más destacadas de esta primera entrega de la necesaria escisión que hay que hacer a la hora de analizar la trama (en breves líneas diremos por qué), serán los momentos en los que el protagonista William E Gardiner vivirá una serie de irreales y perturbadores experiencias en sus investigaciones en el museo, donde, como en todo museo de cera que se tercie, lo que esconden sus figuras promulgará un misticismo bastante latente en la narración. Todo ello ponderará al mismo tiempo que Gardiner se inmiscuya en la curiosidad de algunas de las ocultas leyendas locales conociendo a un grupo de personajes secundarios, patrón básico de la novela de misterio en estas lindes, que convierte esta parte de la lectura en un buen disfrute bajo las agilidades narrativas de la literatura pulp.

De su poso de misterio destacará también la concepción y posterior desarrollo del motor narrativo de sus ínfulas de misterio, como es la leyenda local de Holborn que tiene como protagonista a Mary Axe, una bruja bellísima que ocasionaba una retahíla de maldades a los lugareños con sus malvadas prácticas esotéricas hasta que acabase brutalmente asesinada por dos de ellos. Y en relación a esto, mediante una sesión de espiritismo que nuestro protagonista oficiará, comienza el inesperado giro de tuerca del tono de la novela; tras una serie de revelaciones respecto a las identidades reales y motivaciones de los personajes, comienza en Hálito de cera y muerte un segundo acto repleto de ambientación hipnótica, con parajes de fantasía narrados con mucha soltura por el autor bajo un acercamiento bastante claro a estamentos de la espada y brujería, que aún rompiendo el tono de intriga de la trama previa consigue que la obra se convierta en un periplo pesadillesco, totalmente desmesurado, embriagándose de un excelso surrealismo que bien podría defraudar a los amantes de la literatura de terror clásica, ya que supone enajenar el principio de una historia de tintes muy tradiciones bajo un componente fantástico algo desmesurado, deudor en parte del horror de corte más primigenio y etéreo, chocando frontalmente con sus primeras ideas netamente convencionales. Aún así,  este colapso narrativo se compensará con las buenas labores de descripción del autor, que consigue embriagar de identidad a su relato a pesar de conducir su iconografía, de un germen que pretende desprender lo maligno y lo mortuorio, por unos senderos repletos de giros argumentales y atmósferas totalmente distanciadas entre sí, al menos a priori. 

Observaciones: Editorial Brugera. Colección «Selección Terror», nº 44. Cubierta: Alberto Pujolar. Edición diciembre, 1973. La portada es en realidad una revisión de uno de los pósters de Drácula (1958) de Terence Fisher. 

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Saludos desde el Gabinete, camaradas.

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