Leatherface (Alexandre Bustillo, Julien Maury, 2017)

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Con cierta esperanza se iban aglutinando las noticias e imágenes de la nueva entrega de una de las sagas más icónicas que ha dado el terror, la originada en La Matanza de Texas (1974), aquí a modo de precuela/reboot y viniendo además de una dupla de directores que marcaron a fuego cierta relevancia en el género con sus aportaciones a la ya llamada crueldad francesa con Al interior (2007) o Livide (2011), Alexandre Bustillo y Julien Maury. Como un intento de abordar el origen y primeras andanzas de Leatherface, uno de los más recordados y relevantes matarifes del terror moderno, el proyecto se presenta apadrinado, entre otras (y junto a ilustres nombres como Tobe Hooper o Kim Henkel, nombres propios para la franquicia), por una infatigable compañía del moderno cine de explotación como Millenium Films (especialistas del cine de acción de índole casi revival) y con el mediático fichaje de la pareja de directores franceses como intento de insuflar de nuevos aires una saga que como muchas de las que en su día sucumbieron el éxito, parece ahogada por los más convencionales clichés modernos.  

Aunque a su modo, La Matanza de Texas: El Origen (2006) de Jonathan Liebesman intentaba casi a modo de epílogo retratar el germen sórdido de un psychokiller como Leatherface, será en este nuevo reseteo de la franquicia donde se incida aún más en la explicación de todo un cosmos alrededor del asesino, para intentar divagar (si era necesario o no, sería fruto de otro debate) el cómo un ser humano es capaz de convertirse en todo un carnicero de la maldad invadido del reverso más enfermizo de esa América más rural, escondida, y oscura.

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Como preámbulo habría que incidir en las intenciones que de antemano se puedan esperar de Leatherface; una revisión de la iconografía de la saga bajo el prisma de una dupla creativa bajo el estigma más autoral del cine de terror, una intentona por ofrecer a los fans las sensaciones vividas en el pasado de la franquicia, o las estrategias mercantiles por despertar de nuevo interés en el gran público acerca de un universo, amparado este en las aristas más underground del género (reduciendo esto a la primera entrega, incuestionable pieza angular del cine de terror), que en realidad una saga con tanto peso seguramente no necesitase. Y desde luego, en primera instancia, la película de Bustillo y Mauryn, y apartando el poso que la película deja en su visionado, da la sensación de todas esas diatribas antes citadas. La historia no sorprenderá al centrar su trama en el núcleo familiar de la familia matarife más conocida de Texas, aquí con cierta normalidad a pesar su incipiente núcleo disfuncional, con una cabeza visible como Verna Sawyer (insulso comeback de Lili Taylor, al igual que el de Stephen Dorff) quien intenta desarrollar una rutina diaria a pesar del carácter problemático (a varios niveles) de sus hijos, quienes acabarán con la vida de una joven que resulta ser la hija de un afamado Ranger del condado. Como es de esperar, los chavales serán apartados de su madre y llevados a un sanatorio mental, donde una serie de vicisitudes les llevará tiempo después a tener una sangrienta huida con la policía estatal siguiendo su pista.

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Intentando no desmoronar más de lo concerniente a las situaciones de la trama, diremos que Leatherface sí cumple en pretensiones con lo que se puede esperar de su creadores: un aspecto visual con serio tratado e intentando exportar, no sin alejarse de algunos clichés modernos del género que lamentablemente acabarán saliendo a la luz, una visión sórdida de las naturalidades grotescas y primitivas de la familia de matarifes, coyuntura que lamentablemente solo funcionará en algunos momentos, si destacamos un apunte escénico con cierto aire «grandguignolesco» junto a un tercio final donde los franceses se comprometen sin restricción con su europeo toque de la crueldad. A raíz de esto, y paradójicamente, surge la problemática que impide a Leatherface ser una buena película; el nulo compromiso que la cinta muestra por la iconografía de la saga (salvo los ya citados retazos y su alusión al título, con un look formal podría utilizarse para cualquier otra disposición argumental del género), sucumbiendo al film ineficazmente en su condición de precuela, algo aumentado cuando una vez vista la película nos damos cuenta  de que lo prometido tanto en el proyecto como en el foco de su epíteto solo se justificará en ese tramo final del metraje; este, un tercer acto que de por sí supone lo más destacado de la película a un nivel más estético que temático (donde los vestigios de esa América oscura, dignificada por la familia Sawyer, parecen salir a la luz), pero que por supuesto no salvarán el resultado final.

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Leatherface también obvia el construir una sólida disposición de personajes, quienes acabarán por arrastrarse por la pantalla sin ningún interés; la centralización en uno de ellos, a través del cual se someterán varios de los momentos de impacto de la película, parece de auténtico relleno para un desenlace tan precipitado como casi fuera de lugar. Respecto a uno de los fundamentos a priori esenciales de esta tipología de película, las secuencias cruentas, acaban por funcionar como un «corre corre» insulso y hasta aburrido. El rodaje en localizaciones búlgaras, que se nos quiere hacer pasar como los vestigios más sórdidos de la América Profunda, y su consecuente look barato, harán flaco favor a la estética de la película; una atmósfera que acaba cargada de saturación y con poco talento, salvada en algunas ocasiones por piruetas estéticas de Bustillo y Maury en su intento de salvar un producto dinamitado desde un libreto de manual repleto de convencionalismos baratos. Quizá  este cimiento impida que Leatherface, un film que venía a agudizar un universo fílmico que, insistiendo, no era necesario, pueda funcionar en su conjunto, consiguiendo de ella que se olvide tan pronto como se vea. Al film le falta nervio y tesón en su génesis, eso que pudiera llevar al proyecto a las evocaciones más transgresoras del terror (donde nació la saga y bajo el camino que nunca debió abandonar), algo ausente aquí, y que acaba derivando a su interesante pareja autoral hacia las estéticas más rancias del terror chusco y barato, una forma de ver el género que seguramente los responsables de producción conciben como un horror interesante para el público. Craso error si se parte para ello de una de las franquicias más simbólicas y eficientes, en su origen, del terror más grotesco, incómodo y visceral.

Saludos desde el Gabinete, camaradas.

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