Alexander Trant (Glenn Lee) es un agente del Gobierno al que le es encomendada la misión de infiltrarse en un grupo criminal dedicado a la falsificación de dinero. Considerado la persona más idónea debido a la pasada amistad que le une con el jefe de la banda (Julián Ugarte), la operación se desarrolla con normalidad hasta que llegan al centro de operaciones de la nueva misión de la cuadrilla: una majestuosa mansión en medio de la nada, propiedad de una decadente estrella de Hollywood, Jill (María Perschy).
Siendo un nombre popular dentro de la producción nacional dedicada al cine fantástico a colación de diversas colaboraciones con Paul Naschy como El espanto surge de la tumba (1973) o La venganza de la momia (1975), Carlos Aured fecundaría también otro tipo de géneros como era de rigor entre los cineastas arquetípicos del cinemabis europeo de la época. En La noche de la furia aborda el cine criminal con ciertas pinceladas de terror basándose en un bolsilibro homónimo de Cliff Bradley, pseudónimo bajo el que se escondía la prolífica pluma de Jesús Navarro Carrión, y en cuya portada, curiosamente, se ilustraba con una presencia masculina de evidente parecido al intérprete Peter Fonda. Teniendo en cuenta la fuente, Aured parece imprimir a su propuesta un ritmo vertiginoso, cuasi cartoon, bajo dos actos perfectamente separados; el primero, de índole policíaco, rodado con una celeridad no del todo medida, es donde propone la introducción a la historia criminal en el que se unen los personajes de Trant y Parry, evolucionados en base al carisma de sus intérpretes y donde la película adquiere una naturalidad hacia la acción de cierto descuido formal pero bajo la diligencia de su espíritu pulp. En su segunda parte narrativa, clara heredera en lo social del fenómeno contracultural erigido años atrás en los vestigios californianos de Estados Unidos (región donde se ambienta la historia) capitaneado por el movimiento hippie, al que pertenecen los miembros de un grupo que asalta la mansión donde la banda liderada por Trant y Parry pretenden utilizar como base de operaciones. De clara manera encontramos una doble influencia, tanto en lo social como en lo puramente cinematográfico, bajo el popular asalto que Charles Manson y Familia realizaron a la casa de Roman Polanski y Sharon Tate, que a su manera también se reflejaría en diversas películas del grindhouse norteamericano de la época; a este respecto, la huella no sólo se deja ver en el cómo algunas películas imprimieron una coyuntura argumental similar (como The Slaughter [1971], de Michael y Roberta Findlay, años después remontada bajo el título de Snuff [1975]), sino que sirvió, al igual que otros fenómenos socioculturales del momento, para imprimir unas dimensiones más naturales a un horror que se inauguró bajo la década de los 70 con una nueva ola para el género.
No es casual que la casa asaltada en La noche de la furia sea propiedad de una popular actriz de cine. En este caso una intérprete antañoa de éxito y ahora caída en la decadencia, tal y como se muestra cuando, en el momento del asalto, se encuentra visualizando en su proyector casero una de sus antiguas películas, en contraposición a la estrella en ciernes que era Sharon Tate en el momento de su cruel asesinato. Este momento es uno de los más destacados de la película en su función de punto de inflexión entre las dos naturalidades de la misma, con una extraordinaria María Perschy (actriz austriaca que en su periplo por la cinematografía española no sería esta su única colaboración con Aured), que regala uno de los personajes más interesantes de la historia. El momento del asalto a la mansión es donde La noche de la furia se propone unas ansias hacia el impacto que recuerdan al momento a ese nuevo terror urdido en los Estados Unidos, que se desarrollan bajo las vicisitudes de lo que hoy llamaríamos home invasion y que si bien no logran ese extremismo pretendido permite cierto lucimiento a sus actores. A este respecto, destacar al protagonista Glenn Lee (visto en La casa de las palomas [1972] del malogrado Claudio Guerín Hill), Julián Ugarte (para el que este suscribe, uno de los mayores talentos que nos regaló el cinemabis español de la época), la bellísima asturiana Blanca Estrada (aquí recreando un émulo de alguna de las despiadadas féminas de La Familia, y que rodaría ese mismo año El buque maldito [1974] con Amando de Ossorio), Eduardo Bea (al que luego se verá en títulos como Beatriz [1976] de Gonzalo Suárez o Cabo de vara [1978] de Raúl Artigot), así como la singular presencia de la afroamericana Alibe Parsons, a día de hoy aún en activo dando entereza a una carrera donde alternó tanto cine (por ejemplo en el Aliens. El regreso [1986] de James Cameron) como televisión.
Según la web del Ministerio de Cultura, La noche de la furia se estrenó en salas españolas el 19 de septiembre de 1974 con un total 222.539 espectadores que dejaron en taquilla unos 60.000 euros aproximados, si hacemos la conversión a partir de las añejas pesetas. En su guion encontramos a Rafael Marina, al cual era más habitual verlo en labores de manager de producción, quien ya colaboraría con Aured en Los fríos senderos del crimen (1974) adaptando otro bolsilibro, en ese caso el homónimo de Keith Luger (Miguel Oliveros), y en la que también encontramos a María Perschy. Para concluir, señalar que en Estados Unidos se estrenó bajo el título de Cop-In, además de hacer referencia a dos coyunturas que el camarada Gerard Fernández ya mencionó en su fantástica reseña de la película de su website Giallo Malastrana: su rodaje ubicado en la costa murciana (intentado hacerla pasar, con mayor o menor fortuna, por California), así como las similitudes de una escena de tortura que el personaje de Blanca Estrada propone realizar al personaje de Glenn Lee, con un corte de oreja de por medio y un refuerzo musical que rápidamente las audiencias de hoy en día podemos anexar a una de las secuencias más populares del Reservoir Dogs (1992) de Quentin Tarantino. Casualidad o no, el símil ahí está.
Saludos desde el Gabinete, camaradas.