Wolf Creek (Greg McLean, 2005)

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Urbanitas perdidos y sometidos al desconocido e infravalorado poder del espacio rural, siendo cruelmente ajusticiados por subestimar al lugareño ante una supuesta posición privilegiada del habitante de ciudad. Esta atractiva premisa alimentó buena parte del terror de los años 60 y 70, desde los inicios del splatter de la mano de Herschell Gordon Lewis en su 2000 Maniacos (1964),  pasando por el Tobe Hooper que fomentara toda una oleada de terror que abrasaba con su calurosa y asfixiante ambientación del territorio rural con La Matanza de Texas (1974), surgiendo a raíz de ella toda una retahíla de émulos. Greg McLean parte en Wolf Creek de una premisa idéntica a la ideada por Hooper, heredando dos principios básicos: el abrumador y desasosiego provocado por la amplitud del terreno campestre (la sofocante Texas es sustituida aquí por la aridez del estéril campo australiano) y un intento de fomentar una violencia realista, dura y muy directa, que en el caso de La Matanza de Texas, en un ejercicio de ponderación de la sutileza, trabajó en base a una siniestra insinuación en detrimento de una tendencia expositiva. Supuestamente basada o inspirada en hechos reales, el poso que Wolf Creek deja en el espectador es el de un trabajado revival de aquel horror, aunque aquí se abogue por un exhibicionismo, controlado y comedido, de lo explícito de la violencia, no enturbiando la mejor de las intenciones de este tipo de propuestas: el dibujo de un terror primitivo y natural, basado en la recreación realista.

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A pesar de una idea global lejana de la novedad, Wolf Creek fue una película tremendamente exitosa en su día para los aficionados, sin mostrar casi ningún ápice de originalidad en su concepción primaria, aunque sea en su desarrollo donde McLean apunte alto y logre ese tanto al que aspiran tantos productos de género: el impacto. Este se basa, siendo algo explotado en el primer tercio de la película, en un ambientación desolada y embaucadora del terreno rural australiano, que en un primer segmento se percibe más predispuesto al encuadre formal que al desarrollo argumental. Como hacía Hooper en su matanza tejana, la atmósfera persuade al espectador y le insinúa el tono posterior, en un ejercicio de tensión original e inteligente. Argumentalmente este primer tercio es una reversión y aprovechamiento del tópico del subgénero, aquel en el que los jóvenes perdidos en territorio hipotéticamente inofensivo acabarán por corromperse ante la hostilidad de lo desconocido. Algo, por cierto, que el espectador sabe de antemano, y al que McLean ha de añadirle ese elemento sutil que impida la distracción de la pantalla. Puro trabajo de dirección que aboga por la puesta en escena, ofreciendo un cuadro impresionante de presión ambiental en el desconocido paisaje campestre de Australia.

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El punto de inflexión del film llegará con la aparición de John Jarratt (intérprete de abrupta fama actual pero que sería un emblema de la llamada ozploitation, ese apasionante movimiento de géneros nacido en la Australia de los 70 y de la que Greg McLean se ha considerado uno de sus actuales renovadores), que compone el villano de la función, estoico y arrogante, exégesis hiperbólica e impasible del redneck norteamericano, aquí en un prototipo tratado de manera exagerada y hasta con cierto aire auto-referencial. En realidad, una versión extremada y desmesurada del lugareño australiano más universal, Mick «Cocodrilo» Dundee, como la propia película hace alusión, bajo el cual se compondrá el tono de la segunda parte del film y que enriquece sobremanera todo lo expuesto anteriormente en la película. Ese primer tramo del film, del que muchos acosarán su lentitud y falta de ritmo, es construido como falsa maniobra de introducción de un componente básico en la película: una estética totalmente ligada a sus orígenes naturales, la ambientación rural de casi obligada recreación cuando es la propia película la pretende ligarse a esa corriente del terror que escapa de localizaciones habituales para confeccionar lo campestre como elemento diferenciador. Su atmósfera se nutre básicamente de esto, lo que hace indispensable las recreaciones visuales con las que McLean presenta a sus personajes, y que guarda alguna escena de notoria turbación, como el primer enfrentamiento de los protagonistas con los rednecks del bar; un preámbulo claro y premonitorio de lo que acontecerá a continuación.

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Es en su segundo segmento donde la película aguarda todo su componente para/con el horror, ya en caminos mucho más parejos al género. Se afrontan una serie de secuencias que abogan por un tonalidad directa de violencia, en muchas ocasiones incómoda y de gran resolución (destacables las luchas, tanto física como emocionales, del villano con las protagonistas, amparadas mayoritariamente por el hechizante elemento de la oscuridad), para lucimiento de un personaje que se gana un gran peso iconográfico con el atronador encanto de un John Jarratt cínico y mordaz, con un sentido para la violencia irritante en su condición primaria de cazador. La falta de concesiones y la sensación del «todo vale» es una de las mejores impresiones que supura el tono de árida crueldad impuesta por McLean, quien no escatimará en promover una inflexión ligada al arrebato y la furia, con ciertos escarceos con el documental: los ángulos de cámara laboriosos con clara búsqueda del impacto y la sabia utilización de un elemento clave en la historia, como es la mixtura del patán de naturaleza animal dentro de un terreno que parece extensión a su primigenias maneras de cotidianidad. Dibujo del mal sumiso a la esencia más pura de su naturaleza, aquí representada por los vacuos y sofocantes parajes campestres de una Australia incómoda para los urbanitas. Una proposición argumental que, como reincidimos, la emparenta con la Texas recreada por Tobe Hooper, de la que hereda, ante todo, una violencia cargante, en la que la puesta en escena es concebida de manera inteligente en búsqueda de la perturbación.

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El Reverendo Wilson les manda calurosos y afectuosos saludos desde su Gabinete. En próximas y breves jornadas, llegará el turno de degustar y compartir con todos ustedes Wolf Creek 2. Permanezcan en las ondas…

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2 comentarios en “Wolf Creek (Greg McLean, 2005)

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