The Witch (Robert Eggers, 2015)

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En todas las temporadas es fácil encontrarse con un título que despierte una enorme expectación justo en el momento que comienza su andadura por festivales. En un género tan propio al encasillamiento como el terror, la curiosidad crece aún más si una película va obteniendo progresivamente un mayor número de beneplácitos de la crítica convencional, como ha sido en este caso. Podría  decirse que el debut del realizador Robert Eggers ocupa con creces, desde unos meses atrás, el puesto de la gran esperanza para el cine de terror de esta temporada. The Witch trata de los tintes más realistas y tradicionalistas de la brujería, y aunque utilice como telón de fondo la clásica historia de la creencia en el diablo para un fin de causar daño o deterioro, se vislumbra un claro objetivo en su discurso que ataca al más puritanismo de algunas de las regiones de los profundos Estados Unidos de siglos atrás. Aún con este poso real, la apuesta de Eggers se degusta con gran osadía por el tono imprimido, que parece más ligado a la vertiente más dramática e intimista del género. Cabe recordar que estas historias, con el habitual punto de mira en su anexo radicalismo religioso, acaban por albergar unos inevitables tintes sobrenaturales y que tan buenas historias han aportado a la (contra)cultura; aunque en el cine la temática no se haya explotado con  frecuencia, su contexto fue requerido en la hipnótica y surrealista The Lords of Salem (2012) de Rob Zombie, donde el director ponía sobre la palestra su siempre juego de la incomodidad en una atmósfera tenebrosa y radical. Pero el film de Eggers, aún siendo promocionado como una de las mayores esperanzas en el cine de terror, evita mojarse en el sentido más extremo del horror para intentar realizar un dibujo, fidedigno y fatalista, de unos de los episodios más negros de la historia de Estados Unidos. Si hay algo que distingue a The Witch es el componente dramático que une a su plasmación del espanto, siendo esta mucho más sutil y sugerente lo que su historia podría haber originado.

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Con el punto de mira puesto en los archiconocidos juicios de Salem, la película está ambientada en la Nueva Inglaterra de 1630 donde una familia de cristianos de profundas creencias es expulsada de su pueblo teniendo que irse a vivir en una granja. Esta estará situada justo al lado de un frondoso bosque sobre el que se ciernen habladurías de un supuesto encantamiento sobrenatural… Bajo este punto de vista asistimos al desmembramiento progresivo del núcleo familiar, ahogados por los siniestros efluvios de la superstición y que propiciará una atmósfera perturbadora y fatalista sobre cada uno de los miembros; la desestructuración interior planteada desde los componentes más dramáticos del terror que, aunque se pueda achacar a la película su escaso compromiso con los extremos más viscerales del horror, edificará una narración que se plantea como un sosegado relato de la desunión y la desolación, bajo un clima de inexorable densidad. The Witch podrá ganarse al espectador en aquellos momentos donde se conjugan una serie de elementos que, bebiendo de los reversos más negros del folklore, completan un cuento de un derrotismo que Egger nos recuerda en cada plano: destaquemos a este respecto la impresión en su lenta narrativa de un fatalismo latente, las sombrías formas con las que cada escena está planificada e incluso las singularidades teatrales con las que cada intérprete dibuja la desgracia de su personaje; todo conformará la identidad de un drama oscurísimo, pesimista, donde el director juega con un arma que sabe utilizar de la mejor manera en el momento más oportuno como es la angustiosa aureola que rodea cada uno de los personajes, tristes víctimas de un cruento relato de la superstición. A este respecto The Witch triunfa en su ímpetu melancólico, auspiciado de su grisácea y tenue carga visual, con ciertas pretensiones artísticas tanto en la composición de los planos como en sus querencias por buscar la funesta postal del horror, que hacen de su visionado todo un deleite para el amante del oscuro folklore o la clásica (contra)cultura religiosa. 

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Lo que puede quedar claro tras el visionar The Witch es que su retrato del horror, que realmente sí existe y el mismo director lo imprime en cada plano, queda bastante lejos, como ya hemos mencionado, de la vertiente más visceral del género. Egger plantea realizar un manifiesto sobre la brujería (tal y como ha quedado escrita en los libros de historia) bajo el plantel visual de la excelencia fotográfica, lo cual la hace alejarse bastante de los derroteros más feístas e intransigentes de lo que su historia podía haber dado. Dicho en otras palabras, cabe por supuesto alabar como en estas líneas se ha hecho la enorme belleza visual de la película y sus pretendidas maneras de cimentar un terror latente de su vigorosidad narrativa, pero también sería injusto no señalar el cómo las formas en las que los acertados planteamientos que el director pone encima de la mesa no pueden verse aprovechados con su constante pretensión artística de perfección estética. Quizá The Witch, aún con sus destrezas, podría haber significado un auténtico tótem del género si lo cruento y perturbador de su trasfondo (la ambigüedad de lo sobrenatural, el reverso tenebroso y dantesco de la profunda superstición…) se exhibieran en pantalla con mucho más nervio y compromiso a los efluvios más siniestros y duros de la cinematografía del horror, aquí claramente ignorados. Quizá esta decisión de Egger, perfectamente respetable, estriba en alejarse de los cánones más utilizados del género a favor de una originalidad en la puesta en escena de este tipo de historias; su combustión lenta ayuda tanto a su narración que casi es su principal característica, pero hay dos peculiaridades que, siempre dentro de su posible relevancia como película de terror, la hacen alejarse de ser una película absolutamente redonda: por una parte, la inesperada insuficiencia de vehemencia en aquellas escenas donde más se evidencian sus conexiones con el horror, así como una conclusión que parece no equilibrarse con el tono previo de la propuesta. 

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Aún con todo, es muy comprensible que The Witch sea una de las grandes esperanzas para el género este año. El mimo tan propio del debutante, que hacen del film toda una oda hacia el detalle y la exquisitez (tanto en lo puramente cinematográfico como en un pretendido rigor histórico de su contexto), en un relato que pretende atemorizar desde los lados más intrínsecos de algo tan perturbador como la superstición y todos sus efectos colaterales. Aún faltándole algo más de compromiso con el reverso más oscuro de la imaginería más sobrecogedora de la brujería, algo que ya hemos dicho que quedará lastrado por su peculiar preciosismo, Robert Egger entra con muy buen pie en el fantástico. Habrá que seguirle la pista. 

Saludos desde el Gabinete, camaradas.

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4 comentarios en “The Witch (Robert Eggers, 2015)

  1. ¡Tengo muchas ganas de verla! Aunque temo que sea más un drama de época que una historia de terror y esta reseña no ha disipado ese temor. Espero que las escenas siniestras del trailer no sean las únicas. Dicho esto, esa superstición y paranoia puede dar lugar a un terror más mundano que se sume al sobrenatural. Ah, ¡cuánta expectación!

  2. A pesar de sus más que evidentes querencias por el drama, no abandona el halo de la inquietud. No es la escalofriante pieza del horror que nos llevan vendiendo desde Sitges, pero desde luego que es un film muy a tener en cuenta.

    Ya me cuentas tu opinión, camarada Rope!!

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