La fobia a los payasos ha copado en los últimos años la atención de los mass media debido al ya hito del folclore reciente en el que multitud de anónimos personajes invaden las noches ataviados con una extravagante reversión terrorífica de la indumentaria de estos iconos siempre anexos a la infancia. Tan fuerte ha pegado esta tendencia, donde la leyenda urbana traspasa las barreras de la ficción, que incluso sale a la palestra el término técnico de este miedo extendido, conocido por los expertos como coulrofobia. Esta coyuntura, donde tanto a los niños como a los adultos les invade una auténtica repulsión a la fisonomía de los payasos, ha sido muy recurrida por el mundo del cine (especialmente conocida es la televisiva adaptación del It de Stephen King) pero una desconocida película norteamericana de finales de los 80 abordaba la fobia en su máxima expresión. Clownhouse, la ópera prima de Victor Salva, quien muchos años después reventase las taquillas de medio mundo con su Jeepers Creepers (2001), se centra en la historia de tres hermanos que en plena efervescente adolescencia verán sus miedos erigirse cuando en una víspera de la festividad de Halloween se vean asediados por tres psicópatas; estos, recientemente huidos de un manicomio, adoptan la identidad de tres payasos tras asesinar a varios miembros de una compañía circense.
Victor Salva procrea su película de terror dentro de un tremendo empaque de thriller psicológico, donde la estructura del Slasher se ve embriagada de una curiosa y ténebre iconografía. Aportando, en pleno guiño a su título, todo un componente visual a la figura del payaso como icono, del que estirpa todo su cariz exagerado, grotesco y visceral, Clownhouse es una modesta pero eficaz cinta de terror que adquiere un modelo de espectáculo de feria, como si de un tren de la bruja se tratase, embriagándose de una atmósfera pestilente donde la inocencia del niño choca con el despertar de sus miedos más internos, como un discreto pero agradecido estudio del temor, en un campo de sordidez con oscura y lóbrega fotografía. El film echa raíces en esa diatriba tan propia del Stephen King de los 80 de agrupar a un grupo de niños para enfrentarse a sus miedos y desconocimientos (reincidiendo en la sombra de It, y no solo por la utilización de la iconografía del payaso, que será más que evidente) aunque aquí se presenta en una fotografía gris y decadente, potentemente angustiosa en su desenlace. El gran acierto de Salva es retratar, a modo de presentación, el mundo del circo y el freak show con una perversa representación, enfrentándolo de lleno contra sus protagonistas en un marco encomiable y perfectamente retratado como es el enorme caserón en mitad de la nada donde se ubica gran parte de la película.
Aunque procreada en plena decadencia del cine de terror norteamericano, la película prefiere adherirse las texturas más sugerentes del género no erigiendo su sustancia en la visualidad más radical del mismo, sino fomentando un estilo más propio de la atmósfera de la angustia. Aunque algo lapidada en el tiempo por ciertas estéticas afines el telefilm y la oscura leyenda negra que se cierne sobre su producción, donde al parecer Victor Salva ejecutó ciertos abusos sexuales sobre el joven intérprete Nathan Forrest Winters, Clownhouse fomenta el lado más oscuro y sombrío de una figura tan aparentemente inocente como el payaso bajo cierta subjetividad conceptual, así como en una tensión escénica perenne, que junto al cariz underground de la propuesta hacen de ella una cinta muy digna de tener en cuenta. Supuso el debut interpretativo del actor Sam Rockwell, y en lo respectivo a Victor Salva le serviría para germinar algunas de las señas identificativas de su estilo potenciadas en la posterior Jeepers Creepers.
Saludos desde el Gabinete, camaradas.
Leyenda Negra? Al parecer? Victor Salva estuvo en la cárcel por esto y el mismo se declaró culpable… Madre mia!!!