Filmada en 16 mm y casi en su totalidad con cámara en mano, The Ghastly Ones vive hoy en el recuerdo por suponer la primera película de terror del incombustible e indescriptible realizador Andy Milligan, un cineasta todoterreno (además de dirigir también se encargaba de manera habitual de la fotografía, montaje y guión de sus films) con unos orígenes que se anclan a una notable experiencia en teatro hasta que a mediados de los 60 comienza a coquetear con el cine underground de temperamento amateur. Así inicia en aquella década un círculo de películas que recorrieron sin rubor los caminos del cine de explotación más marginal y en su vena más transgresora, en unas altas dosis de violencia bajo el sentido naif y premeditadamente humorístico que en aquellos momentos reinaba en el cine bis más desenfrenado gracias en gran parte a la jocosidad con la que Herschell Gordon Lewis parecería eclosionar el splatter, con sus efectos gore de medios artesanales y deliberada sobreexposición. Aunque en sus tendencias a estas exhibiciones grotescas de la violencia Milligan dotaba un sentido más enérgico al splatter que la vena caricaturesca propia de las secuencias gore de Gordon Lewis, ambos realizadores compartirán el mismo ímpetu a la hora de rentabilizar escasísimos presupuestos dentro de pequeñas producciones rodadas bajo mínimos, con filmaciones en tiempo récord y un enorme entusiasmo artístico. A este respecto Milligan incluso aprovecharía el caserón victoriano de Staten Island donde residía a modo de localización principal para sus rodajes, como es en el caso de The Ghastly Ones.
The Ghastly Ones es un film muy indicado para oficiar de modelo del cine de Milligan, con un prólogo que presenta fehacientemente el tipo de película que vamos a ver; una pareja de jóvenes del siglo XIX dan muestras de su amor hasta que se ven interrumpidos por un extraño jorobado que directamente le arrancará el globo ocular al joven para luego ensañarse a cuchilladas con su cuerpo y a continuación hacer lo propio con su acompañante. Aquí ya vislumbramos un sentido retorcido de la violencia con pocos impedimentos a la hora de mostrar miembros cercenados y secuencias de hemoglobina con todo lujo de detalles… Luego se nos introducirá en la verdadera trama de la película, que nos presenta a tres hermanas con sus respectivos maridos que reciben una carta del abogado de la familia pidiéndoles su asistencia en un viejo caserón victoriano propiedad de su padre, para proceder así a la lectura conjunta de su testamento. La petición esconde una misteriosa cláusula: las tres parejas deberán pasar tres noches en la mansión… Tras esta primeramente inocente petición, lo que no sabrán nuestros protagonistas es que serán ejecutados uno a uno; las dos misteriosas sirvientas de la casa y un retrasado mental de incómodas apariciones no parecen alentar buenos presagios… Dentro de una narrativa de misterio la película ofrece unas formas que llevan al extremo el amateurismo del cine de guerrilla, con un enorme conjunto de anacronismos fílmicos que a la postre serían casi la seña de identidad de Milligan: torpe encuadre de planos, diversos saltos de eje, cámara trémula totalmente injustificada (aunque hay que recordar que como si de un vídeo casero se tratase, la película se filmó cámara en mano), escenografías lumínicas totalmente confusas, múltiples fallos de continuidad… hasta dice la leyenda que en algunos momentos quien atine con el oído podrá escuchar al propio Milligan dando órdenes en el rodaje.
La habitual retahíla de desatinos en lo puramente cinematográfico harían de Milligan un director de sello desvergonzado y empírico, tosco y chusco, que desesperará en The Ghastly Ones con un primer bloque que se hará intrascendental y vacuo, con situaciones que a pesar de mostrar algunas de las futuras obsesiones del director , como aquí será ese tono perverso en las relaciones de su pareja de protagonistas, quien deben estar en perfecta armonía sexual durante esos tres días, habiendo incluso algunas referencias previas a una homosexualidad incestuosa… Todo ello se compondrá de diálogos interminables que precederán en buena parte del metraje a su parte más interesante; tendremos una oleada de asesinatos, donde el film más quedará emparentado con el terror, que supone una traca final gore y desenfrenada que propondrá al film de un mayor interés, gracias a un retrato cercano al cuento de horror repleto de hilaridad. Su conclusión es un espectáculo digno de la vertiente más grotesca del Grand Guignol: como ejemplar y referencial splatter, su postura hacia la violencia se adentrará en una visión frágil y endeble de la fisicidad del cuerpo humano ante el daño, con un deliberado énfasis en mostrar el reverso más colorista y gráfico del homicidio, cuando un villano enmascarado aniquile sin piedad a nuestros protagonistas. Y es aquí donde cabe destacar una particularidad que añade cierto interés a The Ghastly Ones, que también compartirá con otras “nasties”: su condición de obra germen del ulterior slasher, con varias coyunturas que posteriormente serían características implícitas del subgénero: su premeditada crueldad hacia el asesinato, el devaneo con el whodunit donde un grupo de personajes aparentemente inocentes caerán asesinados bajo los cruentos actos de un villano que, augurando la posterior iconografía de los villanos de la vertiente, protege su anonimato ataviado con una indumentaria que no permitirá ver su rostro (aquí incluso con una máscara y capucha que lo ocultarán en su totalidad).
En su faceta de hombre orquesta, Milligan dirige, escribe (aquí junto a Hal Sherwood, uno de los actores del film), fotografía y monta, además de encargarse de un vestuario para el que él mismo diseñaría los trajes que visten a sus personajes. En su reparto encontramos a un variopinto grupo de actores inexpertos cuyos trabajos se reducirían mayoritariamente a otros trabajos con Milligan como Veronica Radburn, Maggie Rogers, Harl Borske o Anne Linden. En el caso de Carol Vogel o Richard Romanus, quien luego emprenderían una fructífera carrera en televisión, sí que estamos ante dos intérpretes con cierta experiencia a día de hoy en el medio; Romanus llegaría a trabajar cinco años después de este The Ghastly Ones con un entonces principiante Martin Scorsese en Malas Calles (1973). Quizá más conocida por el título que se le pondría en alguna distribución años después de su estreno, Blood Rites, The Ghastly Ones es una de esas películas que entraría a formar parte de las “Video Nasties” para, hasta el momento, no abandonarla jamás. Dicho de otra manera, el film de Andy Milligan se encuentra al momento de escribir estas líneas prohibido de todo tipo de distribución en el Reino Unido. El motivo de esta exclusión está claramente supeditado a la oleada de violencia desenfrenada de su tercio final; aunque podamos ver como el asesino destripa a alguna de sus víctimas o uno de los personajes vea su cuello atravesado por una horca jardinera (quizá la imagen iconográfica asociada siempre a la película), es bastante evidente que en una revisión actual la película pasaría a distribuirse al menos con cortes menores de su metraje dado el componente paródico e ingenuo con el que en la actualidad puede degustarse su violencia. La película puede encontrarse sin cortes en una edición en DVD editada en Estados Unidos por Something Weird Video junto a otra película de Milligan de ese 1968 llamada Seeds of Sin . Dos curiosidades sobre The Ghastly Ones: el celebérrimo Stephen King afirmaría en su ensayo Danza Macabra (donde el genio de Maine discierne sobre el género de terror en todo tipo de ficciones y medios) que The Ghastly Ones es “el trabajo de un grupo de tarados con cámaras”; Milligan haría una nueva versión de su película diez años después con Legacy of Blood (1978), repitiendo premisa y desarrollo, con idénticos resultados.
Saludos desde el Gabinete, camaradas.
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